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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

Actualidad«EL OLVIDO QUE SEREMOS»

«EL OLVIDO QUE SEREMOS»

 

Hace algunos años escribí en esta columna que «más efímera que la misma vida es la recordación. En la tiranía del tiempo somos a cada instante una historia que termina, en la que el olvido siempre llega cual compañero inseparable de la existencia. Una cruda y triste realidad del ser humano que se ahonda con los años. Ahora quisiera recalcar que ese olvido empieza con la vida misma. A medida que envejecemos van muriendo nuestros compañeros de existencia, amigos, familiares y conocidos. Nos vamos quedando solos. Quizás por eso el dramaturgo español Enrique Jardiel Poncela expresó en su epitafio: «Si queréis los mayores elogios, moríos».

«El olvido que seremos» es el título de un extraordinario libro del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince que nos recuerda lo efímera de la recordación de los seres humanos. En el mejor de los casos, algunas anécdotas —por cierto, muy escasas— alcanzan la memoria de la segunda generación que nos sucede, mejor dicho, la de nuestros nietos. Después de ellos nadie nos recordará, ni sabrá tan siquiera que existimos; haremos parte del olvido. Algunos, más escasos todavía, quedarán registrados en lo que llamamos la historia a causa de alguna gesta importante. Pero eso no será precisamente una recordación pues quienes evoquen a alguien invocarán solo su gesta. No le conocieron, no identifican sus facciones y menos su carácter y temperamento. Inevitablemente todos los humanos seremos olvidados.

La valoración que hacemos de los demás depende del significado que tienen en nuestras vidas y en nuestra cotidianidad, pero con el tiempo esa importancia decae. Así somos. La semana pasada falleció, a la edad de 93 años, uno de los ilustres patricios de nuestra sociedad: Javier Ramírez Villegas. Médico de excelsas calidades, padre, hijo y abuelo ejemplar, solidario y generoso ciudadano, disciplinado y metódico, líder entre sus colegas donde se destacó como uno de los mejores. Hizo de la medicina su religión, pero su alma inquieta lo acercó a las ciencias, a la investigación, a los números, a la historia. Fue soldado de causas sociales. Javier, de ancestros muy, pero muy, pereiranos y de estirpe muy gallarda amó desde su infancia a la mujer de su vida, Amparito, hija de don Gonzalo Vallejo. Conformó con ella una ejemplar familia que disfrutó y se ufanó del sosiego y el donaire de este romance eterno.

Una larga existencia llena de valores, un ejemplo para los suyos y para los habitantes de esta ciudad. Javier fue siempre agradable contertulio que cultivó el exquisito entorno de su núcleo familiar. Deja pródigas semillas y un gran recuerdo que se rebela contra el olvido de sus conciudadanos y coterráneos. Quizás su único pecado fue no morir joven. Habrían llovido homenajes, medallas y distinciones. Todas las merecía. Quienes compartimos con él la existencia lo sabemos.

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