Sin Limites
Ha pasado mucho tiempo desde mi partida, que fue triste y abatida, llena de dolor y espanto pues dejaba de un tirón, al ser más querido de mi corazón.
Padres, hermanos, amigos, todos quedaban atrás. También ella, la mujer que tanto amé, la que robaba mis sueños, en noches de placer.
Largos y polvorientos senderos como un alma peregrina yo recorrí, mi rostro envuelto en un pañuelo blanco de tul me protegía del bravo sol que caía del cielo azul.
No fue fácil mi caminar, muchas veces tropecé, quise regresar, pero mi obstinado deseo de buscar un nuevo destino me obligaba a continuar; no tenía miedo ni temor alguno, aunque el camino se hacía tenso y oscuro yo proseguía en busca de un mejor futuro.
Al llegar a la urbe anhelada, tantas veces soñada, me llené de ilusiones sanas. Los días brillaban, iluminaban mi caminar, pero la negra noche en solitarias y tétricas sombras, no sé porque, me hacían temblar.
Pasó el tiempo, yo no tenía nada que hacer, me movía despavorido, como un loco casi vencido. La gran ciudad me cerraba sus puertas, me encontraba desfallecido, sin trabajo y sin un céntimo en el bolsillo.
Al ver los días pasar, lleno de dudas y desorientado, pensé muy a mi pesar, que lo mejor era regresar. Allá a lo lejos mis parientes me esperan, aunque poco saben de mi melancólica tristeza y de mis pensamientos vanos que cruzan por mi cabeza.
Con el rostro pálido, mis pasos lentos, la luz incierta que alumbraba mi derrota, emprendí el camino de regreso con el alma rota. ¿Sería acaso el regreso del fracaso?
Ondas tumultuosas se formaban a lo largo y ancho bajo un crepúsculo que se tornaba oscuro. A lo lejos divisaba el calor de la tarde fenecida, voy llegando a las riveras donde todos me esperan.
Al llegar, ellos venían a mí en éxtasis de alegría, yo estaba sorprendido, con mis ojos humedecidos, era imposible contener la emoción de este momento fraternal e íntimamente familiar.
De a poco volví a mis costumbres diarias en horas de vencido. Pero hacía falta algo y era el amor escondido, aquél que deje como una rosa en lenta agonía que de a poco moría. Era imposible esperar más, tenía que buscarla, mi exhausto corazón latía de emoción.
El encanto de su juvenil presencia me hacía estremecer, no había duda la quería igual que ayer. A lo lejos divise su silueta altiva, pero no estaba sola, otros brazos, otros besos, no sé por qué razón, en un crepúsculo amoroso sellaban idilios de pasión.
Quedé atónito. Sobre ese mismo paraje donde tantas veces vivimos hermosos momentos de amor, veo ahora el combate amoroso y recio de ella y su hombre fiera; ella con su mirada profunda y fría me decía que ya no me quería. Al instante nace en mí el esplin de mi desprecio y el desdén por la mujer que tanto ame.
Horas de afliccion, horas de dolor. Yo en lenta marcha invadido de tristeza, desarmado y vencido me aleje abatido viendo cómo se derrumbaba el amor que un día fue mío.
He dicho, LAM