Una de las instituciones de la patria más desprestigiadas es el Senado de la República. Junto a la Cámara de Representantes ha demostrado con creces su inoperancia y su incapacidad para producir las grandes transformaciones que requiere el país. Después del tormentoso tránsito por los cuatro o por los ocho debates que requiere una ley o una reforma constitucional los proyectos y las buenas intenciones casi siempre terminan archivadas o simplemente «hundidas» con la complacencia hipócrita de los congresistas. Las grandes decisiones que anhela nuestra sociedad suelen resolverse en la Corte Constitucional ante la increíble ausencia legislativa. El aborto, la eutanasia, los temas LGTBI, el régimen pensional y muchos otros asuntos cruciales evolucionan gracias a los fallos de las cortes y no como debiera ser, en amplias discusiones y debates en el seno de nuestro Congreso.
La Constitución del 91 se equivocó catastróficamente al imponernos un nuevo marco jurídico para nuestra incipiente democracia. Implantó una circunscripción nacional para el tema del Senado que a todas luces ha sido el principal foco de corrupción electoral en toda la historia nacional, la escuela donde se pervirtieron los conceptos y los valores y el escenario donde la ciudadanía aprendió a vender su voto. Cada cuatro años casi el 60% de los sufragios para el Senado —en cada región de Colombia— terminan en cabeza de candidatos ajenos, sin ejecutorias, casi desconocidos y oriundos de otros departamentos. «Don dinero» se pasea campante por toda la provincia colombiana seduciendo a líderes, concejales, diputados y dirigentes de cualquier estirpe. Ellos aprendieron a vender su voto y el de sus huestes. Como Judas Iscariote canjean su trabajo y sus sufragios por «monedas de oro» y astutamente descubrieron que si entran en subasta encontrarán siempre un mejor postor. Con base en el erróneo concepto de que la circunscripción nacional abriría las puertas al surgimiento de nuevos liderazgos «nacionales» nos metieron gato por liebre y lo que realmente aconteció fue la rápida aparición de una pléyade de «bandidos» que sin mérito alguno y armados solamente de grandes tulas de dinero (casi siempre también de origen corrupto) compraron las curules y se apoderaron de los partidos políticos y de las instituciones patrias.
Existen algunas escasas excepciones que terminan siendo los árboles que no dejan ver el bosque. Y el problema es todavía más grave al darnos cuenta de que ellos mismos no se van a reformar. Es obvio; de su seno no saldrá jamás alguna propuesta que pretenda combatir la hediondez que ellos mismos producen. El país está pidiendo a gritos un Senado territorial que represente a todos los departamentos y en el que solo un pequeño número de sus curules sean llenadas por una circunscripción nacional atada exclusivamente a los partidos. ¿Pero cómo lograrlo? Solo un gran movimiento ciudadano con un acuerdo nacional que supere los partidos y un gobierno fuerte (en liderazgo) pueden librarnos del peor mal que carcome nuestra democracia. Adicionalmente es conveniente y necesario también que se elimine ese cáncer que significan las candidaturas por firmas, una legalización de la ilegitimidad, el permiso para el trasfuguismo, el tumor de los partidos políticos, el caos electoral.
Mientras tanto seguiremos asistiendo al mismo «circo» en el que unos pobres ricos se apropian de los liderazgos que requiere la nación mientras se autodenominan «padres de la patria». Quizás para ella (la patria) mejor fuera ser huérfana.
Respetado Columnista:
Excelente columna.
Exposición argumentativa que nos centra en como funciona : no el ejercicio politico sano, limpio sino la politiqueria corrupta, agazapada en partidos tradicionales , con el solo propósito de mantenerse en el poder, en beneficio de sus propios intereses sucios.
Ojalá surja un movimiento ciudadano fuerte para derrumbar las maquinarias del congreso .
Para las próximas elecciones nada va a cambiar. EL CAMBIO se verá en discursos engañosos. Es lamentable el estado de cómo estamos. Nuestro voto debe ser independiente, nada de dádivas o chantajes. Buena columna.