En Colombia, el respeto por el otro —ese valor fundamental que alguna vez rigió nuestras interacciones— parece haberse diluido en un mar de improperios, descalificaciones y violencia verbal.
Basta con encender la televisión, revisar redes sociales o simplemente escuchar una conversación cotidiana para notar cómo las groserías, los insultos, las calumnias y los epítetos altisonantes se han normalizado.
¿Cuándo, por qué y desde cuándo perdimos esa cultura del respeto que nos inculcaron nuestros mayores? ¿Qué nos llevó a este punto de fractura social donde la palabra, en lugar de unir, divide?
Antes, normas básicas de urbanidad —como las del manual de Carreño— regían el comportamiento en sociedad. Se enseñaba a los niños a respetar a sus padres, a los profesores, a las autoridades y, en general, al prójimo.
Hoy pareciera que cualquier forma de jerarquía o autoridad es cuestionada no con argumentos, sino con agresividad. El diálogo se ha remplazado por el grito; la razón, por el insulto; y la crítica constructiva, por el ataque personal.
Este fenómeno no es casual. Varios factores han contribuido a su gestación:
- La banalización del lenguaje violento: Las redes sociales y la mayoría de los diferentes medios de comunicación han normalizado discursos cargados de odio.
Políticos, periodistas e incluso ciudadanos comunes utilizan un tono confrontacional que permea toda la sociedad.
- La impunidad verbal: Muchos creen que, bajo el paraguas de la libertad de expresión, todo está permitido. Pero la libertad no es sinónimo de irrespeto; una sociedad democrática exige responsabilidad en el uso de la palabra.
3. La pérdida de referentes éticos: Las generaciones anteriores crecieron con figuras de autoridad claras (padres, maestros, líderes comunitarios). Hoy, esa autoridad se ha debilitado, y en su lugar, predomina un individualismo exacerbado que ignora el bien común.
Algunos argumentan que el exceso de garantías constitucionales ha relajado los límites del respeto, permitiendo que la gente sienta que puede decir —y hacer— lo que quiera sin consecuencias.
El problema no son las libertades, sino la forma en que las ejercemos. Una sociedad verdaderamente libre es aquella que sabe auto-regularse, que entiende que sus derechos terminan donde comienzan los del otro.
El irrespeto no es un problema menor. Sus efectos son tangibles: polarización política, ruptura de familias, deslegitimación de instituciones y, en última instancia, un clima de hostilidad que dificulta la construcción de paz.
Si no somos capaces de tratarnos con decencia, ¿cómo pretendemos resolver los grandes desafíos nacionales?
Recuperar el respeto no es tarea fácil, pero es urgente. Algunas acciones concretas podrían incluir:
– Educación desde la infancia: Reintroducir en escuelas y hogares la enseñanza de valores cívicos, ética del diálogo y manejo de conflictos sin violencia.
-Liderazgos ejemplares: Que políticos, periodistas y figuras públicas den el ejemplo, promoviendo un lenguaje respetuoso y constructivo.
– Autorregulación en redes sociales: Pensar dos veces antes de compartir mensajes de odio o desinformación que alimentan la división.
– Recuperar el arte de la conversación: Fomentar espacios donde prime el debate sereno, la escucha activa y el reconocimiento del otro.
Colombia no podrá avanzar hacia la paz si no reconstruye primero el tejido social roto por la agresividad, la grosería y la desconfianza.
La paz no es solo la ausencia de balas, sino la presencia del respeto.
Como sociedad, debemos preguntarnos: ¿Queremos seguir siendo esclavos del odio verbal o estamos dispuestos a cambiar? La respuesta está en nuestras palabras, en nuestros actos y, sobre todo, en nuestro corazón.
Invitemos a la reflexión. El cambio comienza por cada uno de nosotros.



El ejemplo que está recibiendo esta generación desde el bullyin, el maltrato verbal ,corporal y demás armas de maltrato psicológico para generar miedo y desestabilización dando pie a violencia de género , pandillas , y otros fenómenos de más peso en nuestro medio.
El descalificativo hacia el otro u otra es el arma más cruel para intimidar ; atenta contra la dignidad e integridad moral y conculca los Derechos de las Personas , empezando por nuestra clase dirigente : “vergüenza pública “. Gracias Doc Javier por dar pie a tan real situación frente al irrespeto entre pares .
Hace mucha falta el doctor Chancleta. Nos volvimos una sociedad re tonta con muchachos extremadamente débiles que se rompen con cualquier correctivo. Cómo es que le tenemos a nuestros hijos. Ya no se puede decir un piropo porque es acoso. ¿Qué es la urbanidad? Pregunté un día a un estudiante y respondió: «Es el arte de urbanizar lotes»
Buenos días. Todo eso es muy cierto y valedero. Desde que desapareció la clase de ética y Civismo de los colegios todo se prestó para expresiones insultantes. Además los artistas con su música degradante y algunos líderes que deben dar ejemplo no ayudan mucho. Pero lo que dice al final es lo más importante, el cambio empieza en mi.
Mi apreciado Javier, excelente llamado de atención, a la sociedad, no solo colombiana, sino a la mundial.
Recuerda nuestra infancia donde nos habían inculcado el respeto al otro, a las instituciones, a las autoridades, a las personalidades; pero era fácil hacerlo porque todos a una se habían ganado ese resperto. Se sentia la majestuosidad de los cargos públicos y de quienes los representaban, presidentes, magistrados, jueces, funcionarios y policías.
Hoy por el mal ejemplo, comenzando por el innombrable: «Si lo veo en la calle le doy en la cara m….» . Carteles de togados, jueces, funcionarios y policías torcidos. Ahí fue Troya.
Como dices toca recomponer toda la sociedad, desde la infancia y con el ejemplo de los mayores. He ahí una titanica tarea.
Un abrazo.
Se perdió la dignidad. Dignidad: es el respeto que debes tener hacia ti mismo. La dignidad es fundamental para establecer límites en tus relaciones.
El tejido social compuesto por individuos, es la base para la recuperación de los valores.
El arte de hablar, de comunicar, estriba en el arte de amar; de amarse a sí mismo.
Éste sería el punto de partida.
Gracias mi estimado amigo Javier.
Me agradó el texto, sobre el tema les recomiendo el libro Aporofobia de Adela Cortina
Colombia ha interpretado mal la libertad de expresión con la grosería, lo peor es que en la educación que se imparte descuido los buenos modales, el rito por el respeto a los superiores, mayores de edad, a todos ser vivo se perdió. Hay que hacer una re ingeniería a la urbanidad de Carreño