Que «todos tienen derecho a una segunda oportunidad» o que «segundas temporadas nunca fueron buenas»; cada lector, según su propio juicio, calificará la que le es aplicable a la complejísima situación por la que atraviesa actualmente el Deportivo Pereira.
Luego de la apoteosis vivida con la campaña realizada en el segundo semestre del 2022, cuando por fin y luego de una dilatada historia de sequía y fracaso, el «Grande Matecaña» se hizo a su primera estrella como campeón del fútbol profesional colombiano, nadie habría imaginado que íbamos a tener una recaída como la que estamos viviendo ahora y que muchos califican como la más grave que pueda haber tenido, comparable solo con los años aciagos del Cúcuta Deportivo y el Unión Magdalena, con dirigencias parecidas, que se nivelan por lo bajo con la nuestra.
Y aquí es donde uno entra a preguntarse y qué carajos es lo que hemos hecho mal, en una plaza con tradición futbolística como Pereira, con una afición al fútbol consagrada, fiel y resistente a todas las penurias.
Ya han venido dándose debates, en cuanto a la naturaleza que tiene el fútbol como práctica deportiva popular y arraigada, por ejemplo, para definir aspectos como el interés público a la hora de transmitir ciertos torneos o partidos y abrir un poco el puño de las empresas dueñas de los derechos de transmisión, para que el futbol pueda ser visto por la mayor cantidad de gente.
La discusión no ha sido fácil, porque, por más que el futbol sea una pasión, casi una religión, no deja de ser una actividad privada y por lo tanto controlada por particulares. Partiendo de esta naturaleza, es natural también que los dueños de los equipos sean personas naturales o sociedades anónimas (capitalistas) los cuales, de acuerdo con sus políticas disponen del destino de sus de sus organizaciones y de sus proyectos deportivos, en lo cual los hinchas no tienen la más mínima incidencia, distinta a seguir a su equipo, en el estadio, por radio o por televisión.
No tengo un conocimiento muy preciso del trasegar del Deportivo Pereira, en las manos de los diferentes inversionistas que lo han gestionado, sin embargo, en mi mente resuenan ecos de un episodio oscuro, hace muchos años en la década de los ochentas en el que, se dice, el Pereira hizo su mejor campaña y tuvo que resignar sus posibilidades en las finales a un tercer lugar, porque coincidió con que el dueño de la divisa Matecaña era el mismo dueño de otro plantel grande de Colombia que estaba en la misma instancia, inclinándose la balanza en contra del más chico.
Desconozco la forma en que los López se hicieron al control accionario del Deportivo Pereira, pero llama la atención, remitiéndonos a hechos públicos, que esa familia, en el sector de los negocios acumula ya varios reveses, entre ellos, marginarse de la operación en el sistema MEGABUS en la Cuenca de Cuba, lo que en su momento se llamó Promasivo, y la caída a la categoría B y la crisis financiera que llevó al proceso de Acuerdo Empresarial que tuvo en vilo a la ciudad durante más de cuatro años, hasta que, de manos del liquidador, el equipo salió adelante con resultados tan inimaginables como llegar a ser campeón, y finalmente, otra vez en poder de los López, luego de jugar la Libertadores y tener las arcas llenas, volverlo a tener al borde del precipicio, con suspensión de actividades por incumplimientos laborales y la amenaza de perder el reconocimiento deportivo.
En algún tiempo en el América de Cali, le echaban la culpa a la «maldición de garabato», pero es carreta, allá y acá no hay brujería, lo que ha habido es mala administración.
Muchos hemos visto ese adefesio de lo que era una estación de servicio en la Avenida 30 de agosto, llegando a la entrada del Aeropuerto, que hace años fue desmantelada y hoy se ve horrenda, llena de troneras como si fuera un campo de guerra, nada más antiestético y de mala imagen para la ciudad; pues resulta que ese negocio también era de la familia López.
Entonces, no podemos hablar de mala suerte, no puede haber tantas coincidencias para que nuestro equipo insignia hoy se vea tan destruido como la estación de servicio de los López, de quienes esperamos una gota de decoro y den el paso al costado, propiciando una negociación razonable que permita que el equipo quede en mejores manos.


