Por DANILO SALAZAR
Frente a la violencia se pueden asumir dos posiciones, por lo general antagónicas: la violencia es genética, es decir se hereda, por lo que eliminarla de nuestra vida diaria es algo cercano a lo imposible; la violencia es cultural, se aprende; por lo que puede eliminarse educando a las gentes. Las últimas columnas sobre la revolución mexicana me han hecho reflexionar sobre este asunto y cómo afecta a la sociedad colombiana.
Al hablar de violencia, nos remontamos a las civilizaciones antiguas, y llegamos a la conclusión que ”la violencia es la partera de la historia”; pero de la que hablo, no es la violencia animal: con garras y dientes; sino aquella usada como un método criminal de dominación económica y política, por medio del cual grupos humanos se apoderaron de riquezas y territorios, incluso mujeres (El rapto de las sabinas para dar inicio al imperio romano) y crearon grandes imperios, se dice que, los grupos humanos con armas de piedra, fueron dominados por grupos con armas de cobre; los de cobre por armas de bronce, y éstos últimos, por quienes tenían armas de hierro.
Hablando de violencia en nuestro país, se la endilgamos a la llegada de los ibéricos, y aunque es cierto que llegaron muchos presidiarios y bandidos, y cometieron todo tipo de tropelías, que después de casi 800 años de combatir a los moros, los españoles lograron expulsarlos el 1 de Enero de 1492; y que al poder exportar fuera de su territorio a todo tipo de personas acostumbradas a vivir de modo heroico, guerreros desadaptados a la vida civil, España se ganó la lotería (cosa que no pudimos hacer nosotros con los reinsertados de guerrilla y paramilitares). Aunque alguien aseveró que la América precolombina era un territorio de paz, una especie de Arcadia Griega, no hay tal; aquí existían guerras e invasores, incluidas las tribus de tipo caribe, llegadas de Centroamérica (navegantes que usaban una vela triangular que los españoles copiaron y aprendieron a usar) que hacían incursiones militares; así que la violencia en nuestro territorio es ancestral.
Y no hablo solo de la violencia subversiva; delincuencia común; o de paramilitares aliados con el estado para desaparecer y masacrar líderes, sindicalistas, campesinos o personas del común, a quienes se ponía el sambenito de guerrilleros, o auxiliadores de la guerrilla para amenazarlos, desplazarlos, despojarlos de sus tierras y organizar grandes negocios agro-industriales, o asesinarlos impunemente; tampoco hablo solamente de la violencia estatal, responsable de los falsos positivos, la eliminación de la Unión Patriótica, de líderes populares que según los dictados de Washington, podrían ser izquierdistas regando semillas de socialismo; no, también hablo de esa violencia larvada, silenciosa, que estalla de manera tan brutal que termina avergonzándonos a todos, haciéndonos sentir, no como seres humanos viviendo en sociedad, sino como bestias ansiosas de sangre viviendo en jaurías, recordemos para ponernos en contexto: las violaciones y asesinatos cometidos por Garavito; la muerte de Yuliana Samboni, ultrajada y vejada siendo menor en condiciones de desigualdad social, por un señor de alta sociedad; la violación y empalamiento de Rosa Elvira Celis; la desaparición de Sara Sofía, etc. etc., para no convertir este escrito en una crónica judicial.
Cuando somos agraviados por los atropellos del otro, sentimos la violencia como una herencia del mundo natural, tendemos a pensar que si eliminamos al “enemigo” se acaba con el problema, por lo que parecería que la violencia es una cosa innata; más de una vez nos hemos dado cuenta, que tras ésta apariencia civilizada, amable y condescendiente con otras personas, se esconde el simio de pelaje hirsuto, el chimpancé que caza en grupo a los co-lobos, acorralándolos y destrozándolos para comer su carne. Pero cuando logramos, después de respirar de manera profunda y calmada, contamos hasta diez, dando una respuesta menos agresiva o más humanitaria, comprendemos que, a pesar del componente biológico, un buen manejo de las emociones podría evitar infinidad de conflictos en nuestra diaria convivencia.
Deberíamos volver a nuestras raíces religiosas; nos enseñaron a respetar al prójimo, procediendo con él como nos gustaría que actuaran con nosotros, y que nos enseñaron a perdonar y amar al enemigo; sobre todo en este país, donde se convierte en “enemigo” al disidente u opositor.
Quiero decir que, la violencia de la que hablo, no es solamente la de delincuentes, que termina con muerto a bordo, sino también a esa violencia subliminal, esa rabia que se convierte en un demonio rugiendo en mi pecho cuando: el conductor de un vehículo frena en media calle para que sus pasajeros o familia bajen del carro; el motociclista que se para a hablar en plena calle, o se atraviesa y tapona el tráfico; el hijo de vecina que se cree estrato seis y quiere quitarme el puesto en la fila; o el desgraciado que se emborracha, llega al vecindario a la madrugada, saca equipo de sonido y se dedica a beber sin importarle que yo debo levantarme a las cinco de la mañana a trabajar; el vecino maleducado que para lavar su carro, prende su música de porquería a todo volumen (aclarando que no importa si es vallenato, rancheras, música cristiana, reggaetón; toda música a alto volumen es un ataque a mi privacidad y me obliga a oír lo que no quiero).
Todas esas situaciones de la vida social, que me repugnan, son causadas por falta de cultura ciudadana de mis coterráneos; por desgracia, generalmente debo subordinarme ante el abusador, porque si le llamo la atención, podré ser agredido de palabra o físicamente sin que ninguna autoridad lo evite; cuando sucede esto, me lleno de sentimientos de rabia e impotencia, me atrevo a suponer que a muchas otras personas les pasa igual, llegando a pensar en el uso del arma como medio para evitar otro abuso en mi contra. Infortunadamente vivimos en una sociedad donde la falta de autoridad se reemplaza por tolerancia para el abusador, por eso la teoría de moda no es respeto por el otro, sino que se predica la paciencia, y el agredido debe agachar la cabeza ante la imposibilidad de reclamar justicia; esto también es violencia, al igual que la intrafamiliar, de parejas y enamorados, que suele ser mayor que la que se denuncia.
Siguiendo con el tema, no todas las acciones de la revolución mexicana se han mirado como gestas heroicas y dignas de alabanza, en opinión de José Vasconcelos, diario “El Espectador” Magazín dominical #580, 12 de Junio de 1994, página 7: “La doctrina subterránea del zapatismo era la vuelta de México al indigenismo de Moctezuma…Elementos culturales para un aztequismo viable no hay uno solo. La suerte del aztequismo, que periódicamente renace, es el elemento de crueldad que no han podido destruir cuatro siglos de predicación cristiano–hispánica. El teocalli de los sacrificios humanos es la única institución azteca que pervive. Loa zapatistas la tenían perfeccionada con el uso de la ametralladora y la pistola automática. Sugerido por la manera como el armamento moderno destroza los cuerpos, los zapatistas habían creado un término para (símbolo de sus ejecuciones y venganzas): “quebrar” al enemigo…”quiebrar” a fulano…”Ya quebré a zutano”…Matar a balazos era quebrar y ninguna otra palabra tuvo entre el zapatismo un uso más extenso y una aplicación más celosa”.
Cuando pienso en nuestra violencia, no encuentro ese vínculo tan marcadamente étnico como dice Vasconcelos de México, más bien veo la transculturación mexicana, es decir, somos copiadores de todo lo foráneo, hasta de los más vesánicos métodos para matar al “enemigo”; no logro entender cómo un ser humano, que es hijo y padre, usa una motosierra para torturar y despedazar a un compatriota (no a un invasor extranjero), convirtiendo una herramienta de trabajo en arma para lograr control territorial; como ser humano no entiendo tanta odio contra los semejantes; solo logro entenderlo, en el contexto de utilizar la motosierra “para quebrar” al estilo mexicano.
Definitivamente, la manera como concibamos la violencia condicionará las conclusiones a que llegaremos: si la miramos como un problema; debe dolernos la muerte de miles de compatriotas sean: guerrilleros, paramilitares, soldados, policías, raspachines o jóvenes descontentos en protestas contra el gobierno, todas esas muertes nos duelen, agobian, y aterrorizan porque son sangre nuestra, de colombianos: nuestros hijos, hermanos, nietos y parientes.
Los que ven la violencia como una solución, ”El Espectador”, Domingo 13 de Septiembre de 2020, página 32, artículo de Tatiana Acevedo G. “una solución más que un problema”, no tienen nuestros escrúpulos y suelen usarla como método de dominio político, para tomarse el poder por el terror; impedir o “abortar” nuevos liderazgos; como método de control social, una manera feroz de subyugar comunidades y humillarlas; de asegurar el traspaso de territorios sin el lleno de los requisitos legales; de asegurar vías para el negocio “inmundo” del narcotráfico y sus perniciosas consecuencias.
En conclusión, la violencia siempre seguirá usándose como herramienta de poder en este país caracterizado por la falta de gobierno y autoridad; o por la connivencia de los dos anteriores con los criminales; o porque los dos anteriores forman parte de la alianza criminal. La violencia en todas sus formas, desde las sutiles hasta las más diabólicas; esa ley de la jungla, donde el más fuerte hace lo que le da la gana, seguirá imperando mientras los bandidos puedan burlar las leyes, sabiendo que son un canto a la bandera y sigan cometiendo sus actos execrables en total impunidad. La solución es educar a esta sociedad, cosa que hoy parece más utopía que posibilidad real. Lo dijo Martin Luther King. “La violencia crea más problemas sociales que los que resuelve”.
Mil gracias por su amable comentario, ojalá la educación sea la herramienta para superar esta situación
Excelente artículo nos describe como somos, más irracionales que los mismos animales quienes cuidan de su manada y protegen a sus críos por encima de su irracionalidad.