LUIS GARCÍA QUIROGA
“Me duele Colombia, pero más me duele que lograron dividirnos, lograron dos bandos, lograron que tomáramos partido, pero desde la violencia, creando buenos y malos”.
“El caos genera más caos, el odio más odio y esto es lo que está pasando. De mi parte no tomo partido de ningún bando, ninguno, porque para mí la violencia desde donde venga, es totalmente injustificada”.
Son palabras escritas por la actriz colombiana Natasha Klauss en respuesta a twitteros con los que compartía opiniones, ejercicio de alto riesgo en este país que proscribe la opinión y el pensamiento crítico.
Al relacionar la división del país, Nathasa llega a la almendra del factor más sensible de las tantas jornadas de protesta que hemos vivido en años recientes, y en los que las crisis sectoriales brotan como alergias colectivas.
Sin embargo queda la pregunta: ¿Por qué nos matamos? No parece haber otra respuesta que la deshumanización. Cuando en la contienda el otro deja de ser humano, se pasa de la radicalización y la polarización a la cacería.
Todas las narrativas de los conflictos originados en las crisis sociales han tenido y tienen sesgos políticos que generan muchos desgastes, sacrificios y muertes de sus protagonistas. Todo se resume en no darle la razón al otro y el afán de alcanzar logros. La consigna es ganar siempre. nadie quiere perder.
Sumada la otra pandemia que es la información y la desinformación, la crisis se profundiza porque ninguna de las partes quiere ceder. Cada milímetro es un kilómetro. De allí que en la historia de las ideas políticas, desde el esclavismo pasando por las ocho horas de jornada laboral y el voto universal hasta el Estado Social de Derecho, nunca, ningún grupo dominante de ninguna parte le ha dado nada a ningún pueblo, sin que lo hubiera luchado con la presión social.
Es una lucha desigual incluso entre naciones, tal como sucede con las vacunas acaparadas por los Estados más poderosos política y económicamente, algunos de los cuales se niegan a ceder un milímetro en la suspensión temporal de las patentes, como recurso para acelerar y masificar la vacunación y avanzar en el objetivo de inmunidad de rebaño.
O sea, lo que tenemos son rebaños de poderosos de diferentes categorías. Porque así como para los ecuatorianos somos (éramos) los colosos del norte, nosotros los colombianos somos chichipatos para EE.UU y Canadá países que en este lado del hemisferio, compraron todas las vacunas que aquí necesitamos. Es grande la romería de latinos viajando solo para vacunarse.
Y así por ejemplo, recién la columnista de El Tiempo María Isabel Rueda calificó al expresidente Gaviria de “provinciano”, lo que para los bogotanos arribistas nunca dejaremos de ser. Es así que, descalificar o subestimar al otro -porque además lo hacemos sin mirarnos al espejo- es parte del problema colombiano.
Para quienes pasamos el umbral del medio siglo de existencia, lo que está sucediendo es un déjà vu. Es como si estuviéramos viendo sufrir a nuestros padres en el trágico periodo conocido como La Violencia cuya narrativa de balazos entre liberales y conservadores dejó medio millón de muertos, como si no hubieran sido suficientes los de La guerra de los mil días.
La Violencia es una historia que debería ser contada en las escuelas buscando socializar y sensibilizar la no repetición de división y muertes que estamos sufriendo; ella sintetiza la ironía con que los colombianos en los estallidos sociales primero nos dividimos, luego nos matamos y luego hacemos acuerdos políticos para volver a las andadas mediante otros métodos políticos y otros protagonistas no muy diferentes a los anteriores.
En La Violencia, Pereira fue protagonista pero de una manera más altruista e inmensamente humana. Pereira fue refugio de perseguidos, santuario de paz política y ciudad de encuentros sociales ejemplarizantes; muy distinto al hoy, cuando ante nuestra incapacidad para serenarnos, entendernos y convivir con las diferencias, somos parte del problema social y político. Y el agua lejos de la solución.
Por eso duele lo que nos sucede en estas horas aciagas, con actos de vandalismo, provocación y crímenes a jóvenes, hechos en los que cada una de las partes cree tener la razón y como si fuera poco, se justifican en las redes sociales y plataformas de Internet en muchos de cuyos casos insultan la inteligencia de los lectores y atentan contra lo único que al final vale lo que pesa: el respeto a la dignidad humana, sin la cual nunca habrá unión.
Respetado Columnista: muy buen análisis.
Triste realidad : son ellos los pobres, los asalariados del rebusque, los estudiantes a quienes, el subpresidente dejó de cumplirles en el pasado septiembre de 2019, los raudales, los indígenas, los de extrema pobreza de las diferentes ciudades, los maestros, los Profesionales de la salud y demás personas que se cansaron del sistema corrupto, de la desigualdad, del estigmatismo, de la indiferencia, de todo un país gobernado por y para los empresarios, banqueros, terratenientes, clanes de familias.
Cesó la horrible pasividad del pueblo.