No podía moverme, mi piel chocaba contra las paredes que empezaban justo donde terminaba mi forma. Incómoda, con la certeza de romper en cada exhalación con aquel que hasta entonces había sido mi hogar, opté por permanecer inerte antes que agrietar mi lecho. Las fases de la luna me permitieron llevar la cuenta de los días que habían pasado desde que recobré la consciencia, y del poco tiempo que me quedaba dentro de aquellas paredes que me asfixiaban; me encogí de hombros, aminoré mi ser para evitar a toda costa la mudanza. Estaba exhausta por el esfuerzo que hacía para adaptarme a ese amado lugar que me había dado techo y abrigo; cerré los ojos aceptando con tristeza que pronto tendría que irme de allí. Como una premonición, pude escuchar un sonido parecido al crujir de una hoja seca cuando es pisada, el desgarrador sonido de las paredes rompiéndose por la presión de la vida que contenían. Ya había pasado por mucho y ahora tenía que dejar el único lugar que conocía, que me hacía sentir en casa, que me recordaba el amor. Hice un viaje hacia un tiempo del que no tenía noción, en el que mi deplorable condición no me permitía más que arrastrarme, y aun así, sólo con mi fuerza de voluntad, hallé aquel lugar que me calentó en las duras noches de invierno.
Me había recuperado de la enfermedad, lo veía en mi piel que había mudado. Pero tan pronto como recobré el aliento, un nuevo mal me acechaba. Estaba creciendo en contra de mi voluntad, atravesando una transformación que nunca pedí, que jamás quise. Estaba visiblemente enferma y sin hogar; confundida y frustrada; triste y solitaria. No era nada de lo que solía ser, y no podía recordar cómo volver a serlo. No sabía a donde ir, y siempre fui lenta para avanzar. Pasé algún tiempo sin probar comida, sin dormir, sin hacer más que renegar de mi suerte; Estaba tan agobiada. Una ráfaga de viento sopló con violencia, agitando el lugar en el que me encontraba; lo creí la manera y momento indicados para desfallecer. Así que, de a poco, me fui soltando. Al tiempo que me desprendía, sentía el revoloteo de unas criaturas que volaban en círculos alrededor de mí. Las miré con asombro, lucían hermosas e imponentes. Una de ellas, la mayor sin duda alguna, se detuvo a mirarme con intriga mientras se quedó suspendida por un instante antes que el viento azotara de nuevo. Partieron en grupo, esperando que les siguiera, no conseguía caminar, ni siquiera arrastrarme como solía hacerlo, ¿cómo podría volar? Me solté por completo decidida a que el próximo soplo me tumbara, quería que aquel suplicio terminara pronto. No tenía energía para continuar, ni voluntad para hacerlo. Pasaron unos minutos antes de que una ráfaga de viento golpeara con fuerza la rama. El viento me llevó girando entre hojas y ramas, y sorpresivamente continué en aquel rumbo durante un tiempo que no era normal. Esperaba que el golpe me concediera el sueño, pero no caí. Seguía dando botes, chocando con flores, golpeando las ramas. Sentí un enorme peso en mi espalda, que de a poco, empezó a hacerse liviano mientras mi cuerpo se elevaba. En lugar de caer resistí al viento; Aquello me pareció tan irreal, que me sentí fuera de mí, en otra realidad. Me miré, era yo en otro cuerpo, con extremidades que no tenía y habilidades que jamás imaginé poseer. Pasé por encima de un charco que hizo la lluvia estancada, y vi el reflejo de un ser con alas, que mágicamente volaba; era yo, no había muerto, no estaba enferma. La metamorfosis había ocurrido silenciosa, y desconociéndola, en lugar de alegrarme por mi maravillosa transformación, me había agobiado en vano esperando el fin, que jamás llegó gracias a la tormenta que ocurrió y que con su furia me hizo abrir las alas.
Maritza..es maravilloso
🌳🦋
Gracias Carlos
Besos papi 😘
Maravillosa historia, bendiciones y felicitaciones.