Paisajes del inframundo

Una fuerza misteriosa me empuja hacia lo desconocido. Tropiezo de frente con el inframundo.  Aún con mis ojos nublados por el desconcertante choque veo rostros con tres ojos, manos cercenadas, cuerpos desfigurados. Una fémina como extraída  de una pintura de las meninas, sentada en una acera, bebe cococola  y come un gran trozo de pan. Recostada en un muro, una mujer cuyos únicos dientes son dos colmillos ennegrecidos, grita desesperada y firma un papel que un policía le entrega, porque su esposo ha sido asesinado. Un borracho obsceno es ultrajado en la plazuela. Casas, árboles de moringa florecidos y rojos mangos, algunos caen a la calle. Un gato pinta el paisaje desde un tronco mutilado. Una manada de perros flacos corren desesperados detrás de una perra en celo. Un hombre gordo exhibe su protuberante barriga desnuda, mientras bebe una cerveza. Un pájaro multicolor hace un nido en un árbol de carambolas. Un perro flaco y desconcertado bebe agua del barrizal. Dentro de una casa, un sabueso ladra desesperadamente, un muchacho a quien una jovencita le dice ¡amor mío! arremete contra el galgo triste con una gruesa estaca de madera sobre su costado.  Una reja deja al descubierto el flagrante acto de brutalidad. La criatura ultrajada me mira con ojos mudos y angustiosos. Un perro esbelto y juguetón se une a mi marcha con la alegría de hacer parte del rito de la otredad sin sospecharlo siquiera mientras huele una florecilla. El brillo de la tormenta en un pozo de agua me exhibe en su desnudez de narciso que soy.  Por el camino de hierbas envueltas en el encanto de las flores avanza el día con sus hachas. Frutos verdes de papayas, limoneros, marañones y albaricoques penden como pliegues libertarios del alma, ocultos en sus ramajes.  

Días después al subir por otra callejuela empinada y polvorienta, a la hora del crepúsculo, una sombra cual procesión de espantápajaros se extiende sobre un muro.   En la cercanía constato la presencia del can vejado aquella tarde y los implicados en el perturbador suceso. La muchacha lo llama Loki, mientras forcejea con la cuerda. Me emociono al saber que tiene un nombre y acaso ellos un poco de bondad para el animal.  Extiendo los brazos hacia el infinito y respiro el perfume de un jazmín de noche. Es preciso mantener despierto el corazón para que el amor circunde por todos sus  laberintos.

Aleida Tabares Montes