Por: RICARDO TRIBIN ACOSTA
Aguaceros los hay por doquier, incluso con bautizo propio. En mi época de niño y adolescente, era muy común hablar del aguacero de las dos de la tarde, viviendo en la «querendona, trasnochadora, y morena», como definía a mi bella ciudad natal, Pereira, el gran maestro musical Luis Carlos González Mejía, autor de muchas y magnificas composiciones en las que se destaca universalmente «La ruana», la cual es el precisamente el «abrigo del macho, macho». Todo el mundo estaba entonces «preparado y listo», de manera similar a como, cuando en los partidos de futbol, así lo anunciaba el «colorado», Carlos Arturo Rueda Convers.
En esta ocasión quisiera hablar de los aguaceros emocionales que a veces se nos presentan, programados, o no, los cuales nos bambolean, cual chubasco común y corriente. Estos son sorpresivos y otras veces anunciados, los que fueren como fuesen nos afectan en mayor o menor grado de intensidad.
Un verdadero logro consiste en terminar el día en paz, a pesar de las tormentas, y para este propósito se hace más que conveniente el mantener en todos los momentos y situaciones la cordura, la serenidad, y la calma, evitando de esta manera cualquier estrago indeseable que en nuestros sentimientos pueda llegar a ocurrir.


