Por Luis Alberto Martínez. LAM
Como almas estremecidas por el fuerte huracán de la pandemia, las prepagos, o mejor para darles un trato digno, las Trabajadoras Sexuales, pasan hoy tiempos agrestes, sumidas en el olvido de sus habituales visitantes.
Estas laboriosas mujeres que se ganan la vida abriendo sus nobles y apetitosos encantos, mostrando la rosa roja del amor en éxtasis de locura para complacer el ardiente deseo de aquellos que en incontrolable afán caen sedientos ante el dulce néctar de la flora; también merecen la mirada del gobierno.
A ellas, suaves y tiernas, que por la ausencia de un empleo decoroso, sufren el acoso de las necesidades diarias en sus hogares, pues muchas velan por el bienestar de sus familias, les ha tocado alzar vuelo en este ejercicio y rendirle culto al pétalo sediento de fragor. Laboran por horas, como quiere imponer el actual gobierno a los trabajadores, sin prestaciones sociales de ningún tipo. Viven en total desamparo.
Los moteles están cerrados, al igual que hoteles y otros lugares destinados a esta clase de aventuras; por consiguiente, este oficio no tiene ingresos y se une al caos económico en que naufraga la nación.
Aunque a decir verdad, no faltan quiénes se las ingenian para no perder la costumbre y el dinero que les representa la actividad, atendiendo las medidas de sanidad cumplen a cabalidad los requisitos, y en sus propios aposentos reciben a sus clientes, eso sí con todos los protocolos de bioseguridad.
El paciente llega a la cita y al entrar debe dejar los zapatos en la puerta, llevar su tapabocas bien ajustado (tapando nariz y boca), luego la fulana empavona de gel y alcohol sus manos y ya adentro hace lo normal, se quita la ropa, la pone en lugar seguro, observa que la cama sea suficientemente ancha y se tiran en lujuriosa aventura, eso sí con el tapabocas puesto y conservado un metro de distancia, según lo recomendado por las autoridades de sanidad.
Terminada la faena, antes de salir el varón deberá dejar un fajo de billetes, como recompensa por tan cariñosa y apasionada adoración.
¿Que cómo lo hicieron?, no lo sé, eso queda a la imaginación de usted, amigo lector, lo cierto del caso es que a estas mujeres hay que prestarles atención antes que hagan revolución y cierren definitivamente el dulce encanto del amor.