«No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista», dice el adagio popular. Y ustedes pensarán que les estoy hablando de Gustavo Petro, pero no. A este personaje aún le quedan dos años y siete meses de sueldo presidencial que corresponden a dos terceras partes de su período de gobierno. Definitivamente el poder es efímero, pero aceptemos que todavía falta mucho tiempo incluso considerando que en el último año del mandato no se hace casi nada y mucho menos se logran reformas estructurales; bien podemos afirmar que al Cambio prometido por Petro le empieza a dar el sol en las espaldas. Tengamos paciencia que pareciera ser la única medicina. Para bien o para mal.
Pero no, queridos lectores. Al aludir al refrán no me refería a Petro. Hablaba del actual gobierno municipal. Sí. El de Carlos Alberto Maya. Aunque aún le queden 18 días bien podemos afirmar que se acabó. No va a pasar nada más. No se terminarán las obras inconclusas que con tanto bombo se promocionaron. Es una vergüenza que la avenida de los Colibríes que, en su primera etapa debería estar entregada en la pasada navidad, llegue al 2024 en tan lamentable estado de atraso. No recuerdo en la historia de la ciudad otro elefante blanco tan monumental. Un increíble despropósito en el que uno se pregunta si en verdad existen organismos y mecanismos de control. Malos los diseños, mala la planificación, malo el manejo predial, mala la interventoría, malo todo. Creo que esta obra supera con creces ese adefesio que es la glorieta de Corales. Dos monumentos a la ineptitud y a la ineficiencia. Pero la frustración ciudadana no para allí. En este gobierno no hubo otro cable (y nos prometieron cuatro), ni avenida del Río con malecón y acuaparque, ni cancha en el Deogracias, ni túneles en el Jardín y en el Viajero. Tampoco una intersección vial a la altura de Salucoop, ni PETAR, ni piscina olímpica en Kennedy. Creo que en vez de Cambio nos dieron «un cambiazo» o mejor aún, un paquete chileno.
Se va el alcalde popular con la peor popularidad de la historia. Perdió la alcaldía y tendrá que entregársela a quien él mismo derrotara cuatro años atrás. Perdieron las comunidades y los líderes cívicos, perdió la cultura, perdimos los pereiranos.
Aquí acaban la tal «Capital del Eje» que solo animadversiones nos trajo y también la supuesta «mejor ciudad de Colombia para vivir». Ambas pasarán a la historia como calenturas de puro marketing electoral o como arrogancias inexplicables de una sociedad que siempre ha sido abierta, que invariablemente ha acogido al forastero y al visitante. Una afrenta a cualquier intención de integración y armonía con nuestros vecinos y una vergonzosa respuesta al histórico desdén que dio al traste con la mariposa verde y con el Gran Caldas.
Se va Carlos Maya con su menosprecio por el cargo que ocupó. Nos deja el más oprobioso reavalúo catastral de que tengamos memoria. Dinero para grandes cosas que se perdió en un océano de contratos politiqueros. Un esfuerzo fiscal sin precedentes para un fracaso administrativo evidente y sentido.
Pero el desastre también es político. Si a los sesenta mil votos que sacó su candidato a la alcaldía en las pasadas elecciones le quitamos los treinta mil que se compraron con la máquina politiquera que Maya administró podemos concluir que esta es la más contundente derrota política en toda la historia electoral de la ciudad. Un precio justo a tal desgobierno y quizás una premonición de lo que viene.
Doc es verdad, no se en que estaba pensando Juan Pablo Gallo, cuando quiso dejarle está herencia política a la Ciudad.
Porque si se analiza a fondo la situación, el autor intelectual de toda ésta ecatombe, es el Senador Gallo.