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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

ActualidadVolver a rebelarnos

Volver a rebelarnos

Cada atardecer, un nuevo crepúsculo baña el sol de los venados en sutiles peldaños de neblina.  A veces una gran bola de fuego anaranjada, se enciende y en fracción de segundos es succionada por el agujero cósmico.  Domino desde la ventana de mi habitación que se abre en grietas, el cerro Canceles y el barrio con sus lucecillas de pesebre. ¡Tanta belleza!, y no logro recobrar la vívida existencia.

Después de días de mutismo y tedio, aparece Billy, al regresar de casa de mi prima Anabella, era necesario ir a darle las condolencias por la muerte de su hermano Armando y el estrepitoso suicidio de Aníbal, su hermano menor, quince días atrás, todo al tiempo, no tuve valor para ir a sus funerales. Allí encontré también a la viuda del inmolado. En su mirada percibí su miedo calcinando su garganta, un perturbador silencio, una reserva y un corazón valiente. Traté de dibujar la escena, cuando encontró al occiso, con sus sesos y su cabeza desparramada. Ella trémula, aterrorizada, paralizada, como un tronco disecado, sus manos temblorosas en ese golpe ardiente de fuego turbio, un grito vehemente de desamparo y lágrimas acumuladas en sus ojos.  Sólo dolor, deudas y juramentos quebrantados de truhan. Todo eso lo supe de oídas.

Al llegar de tan excepcional visita, un perro flaco que parecía esperarme, me mira con sus ojos tristes, desarzonados, apremiantes, y me despierta del letargo donde flotaba como una barca sin rumbo. Bily, así decidí llamarle, talvez llevaba días ó meses sin comer, lo constaté en su primer contacto con el alimento, que le serví presurosa. Al observarlo con más precisión detecto bichos y bichos chupasangre incrustados en su cuerpo.  Bily me muestra sus garras de fierecilla indómita con sus colmillos blancos, perfectos, ante la bienaventuranza del alimento, cuando intento retirar su cuenco vacío, y al propiciarle un urgente y malabárico baño, “El destino, al igual que todo lo humano, no se manifiesta en abstracto, sino que se encarna en alguna circunstancia, en un pequeño lugar, en una cara amada, o en un nacimiento en los confines de un imperio. Ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obra de las casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados. ¡Cuántas veces en la vida, me ha sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que existen en el mundo, nos cruzamos con aquellas que de alguna manera, poseían las tablas de nuestro destino, como si hubiésemos pertenecido a una misma organización secreta, o a los capítulos de un mismo libro! Nunca supe si se les reconoce porque ya se les buscaba, o se les busca porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino”.  Retrotraigo esta monumental reflexión de Ernesto Sábato, en su libro Resistencia, porque presiento, que Bily, un perro vagabundo, es para mí humanidad, un encuentro equiparable, como si viniese a revelarme algo, a sacudirme, a correr el velo, como un mensajero del daimon, por su fuerza, su despojo.  Me inclino ante él, con devoción, me entrego en el arte de la compasión, el esfuerzo, la tolerancia y la paciencia.  La paciencia lo es todo dice Rilke.  Bily, pasa días echado a mis pies,  sin duda es el dueño de mis cavilaciones, se escurre como una pequeña lagartija por el hueco más insospechado, de repente está bajo mi cama, me da la sensación que puedo asestarle un golpe por un inusitado desfondamiento y aplastarlo, necesito que salga de ahí, debo protegerlo, utilizo un palo para simular un juego,  Bily se enfurece, se defiende y vuelve a extraer de su trinchera su intensidad y fiereza, hecha cuerpo y hábito, con sus ojazos verdes, sus orejas levantadas, su presencia de diosecillo fáunico, su pelaje amarillo encendido y su agilidad. Todo vuelve a poblarse con un indescifrable brillo. Los anturios reverdecen, las heliconias extraen sus flores pájaros de rojos matices, los guayabales cual barriletes envueltos de cielo dejan  caer sus frutos;  percibo con precisión el perfume del jazmín de noche florecido, abrazado a un viejo árbol de limonero; al elevar la vista más flores de enredaderas cárdenas y coronas blancas de azahar, forman un arco celeste en lo alto del viejo árbol de guamo y yedras antiguas cual cabelleras de rastafari, confirmando el convivio primordial de sus orígenes;  también  mi retorno a ese hogar espiritual, del que habla Clarisse Pinkola, en su libro las mujeres que corren con los lobos, libro que hay que tener en la mesa de noche,  para entender porque perdemos la piel del alma, en un mundo donde nos entregamos a incesantes actividades de aceleración y  hambre de tiempo, vagando en  el furor de la cultura amontonada, que nos arroja al consumismo y la alienación; así salgamos a caminar, a tomar el sol, así procuremos  el orden, y hablemos  con palpitante hilaridad en el mercado e increpemos  con sutileza y sarcasmo sobre el exceso de plástico, la desintegración del mundo, su enjambre de verdugos, ¡y todos tan campantes!.  Por dentro, algo nos duele. Algo que no podemos digerir, ni explicar, en un atascamiento de tramas y gestos discordantes, balanceándonos en el filo de un hacha, como si hubiésemos muerto ó perdido en un laberinto. Pero estamos vivos, estamos vivas y necesitamos hallarnos cuantas veces sea necesario y volver a rebelarnos.

 

Abril 11 de 2024

Aleida Tabares Montes

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3 COMENTARIOS

  1. ¿Cómo haces para sacar de algo anécdotico reflexiones tan profundas? Podemos ser todas, todos…perdidos y siendo tratados por parásitos, podemos ser todas, todos, quiénes extendamos las manos a la sensibilidad misma que trae la Vida. Gracias Aleida, siempre faro en un mar oscuro…

  2. Qué crónica tan profunda, unión de sensibilidad y reflexión Ensayística, un viaje por la condición humana a través de Billy.

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