Vivimos tiempos marcados por la incertidumbre. Lo que antes parecía estable —el trabajo, la salud, las relaciones, incluso el clima—, hoy se percibe como frágil y cambiante. En este contexto, la salud mental se ha convertido en uno de los temas más urgentes de nuestra época. Las cifras globales muestran un aumento sostenido en los trastornos de ansiedad, depresión y estrés crónico. Lo preocupante es que estas cifras ya no se concentran solo en los adultos: cada vez son más los adolescentes y jóvenes que expresan desesperanza frente al futuro. Esa sensación de vacío, de que “nada vale la pena”, se ha ido extendiendo silenciosamente. Muchos jóvenes sienten que el esfuerzo no garantiza un porvenir, que el estudio no asegura un empleo digno y que los grandes problemas del mundo —la crisis ambiental, las guerras, la desigualdad— son tan abrumadores, que escapan a su control. Este panorama ha generado una especie de fatiga colectiva, una pérdida de sentido que erosiona la motivación y debilita la esperanza.
Como psiquiatra, observo a diario cómo esta incertidumbre se traduce en síntomas emocionales y físicos: insomnio, irritabilidad, apatía, dificultad para concentrarse, consumo problemático de sustancias o conductas de aislamiento. Pero también veo, con esperanza, que hay formas de resistir, de adaptarse y de encontrar equilibrio incluso en medio del caos. Afrontar la incertidumbre no significa eliminarla, sino aprender a convivir con ella de manera más saludable. En primer lugar, es fundamental aceptar que la incertidumbre forma parte de la vida; pretender controlarlo todo solo incrementa la ansiedad. La aceptación no implica resignación; implica reconocer que hay cosas que no dependen de nosotros y que podemos dirigir nuestra energía hacia aquello que sí: nuestras decisiones, nuestras rutinas, nuestra actitud frente a los desafíos. En segundo lugar, conviene fortalecer los vínculos humanos. En momentos de inestabilidad, el aislamiento emocional es uno de los peores enemigos. Hablar, compartir lo que sentimos, pedir ayuda, reconectar con los afectos nos devuelve una sensación de pertenencia y de apoyo. No se trata solo de tener compañía, sino de nutrir relaciones significativas que actúen como anclajes emocionales.
También es importante recuperar la noción del presente. Muchas personas viven atrapadas entre el miedo al futuro y la culpa por el pasado. Practicar la atención plena, caminar sin prisa, respirar con consciencia o simplemente hacer pausas durante el día son estrategias simples que ayudan a centrar la mente en el aquí y el ahora. Finalmente, es esencial encontrar propósito. No hace falta una gran misión; basta con tener razones pequeñas que nos impulsen a levantarnos cada día. Afrontar la incertidumbre actual requiere una mezcla de realismo y esperanza. No sabemos qué traerá el futuro, pero sí podemos decidir cómo queremos transitarlo. Y quizás, en ese ejercicio cotidiano de adaptación y cuidado, encontremos una nueva forma de certeza: la que nace de confiar en nuestra propia capacidad para resistir, reinventarnos y seguir adelante. www.urielescobar.com.co



Dialogar con un experto cumple una función de liberación de las cargas o angustias que algunas veces nos afectan a los seres humanos, para ello se requiere una gran dosis de humildad para reconocer y aceptar que en cualquier momento de nuestras vidas podemos necesitar ayuda y eso no es debilidad. Esto permite reconocer que tenemos una fuerza interior o resiliencia que podemos desplegar y poner al servicio de nuestro desarrollo. Gracias por tu comentario. Un abrazo
Buen día Don Uriel. Gran escrito.
Ir al médico emocional llámese sicólogo, siquiatra, sacerdote y otros más es fundamental y esto sucede cuando reconocemos nuestros fuerzas y alcances para navegar en la vida, lo cual se logra estudiando e investigando la dinámica de las emociones en el ser humano.
Feliz día.