¿Qué es el perdón? ¿Qué hago cuando digo a una persona: «Te perdono»? ¿Qué quiere decir «perdonar»? ¿Cómo reaccionamos ante un mal que alguien nos ha ocasionado con cierta intencionalidad?
Es bueno considerar con detenimiento algunos elementos que nos llevan a educar el arte del perdón, miremos algunos de ellos.
En primer lugar, ha de tratarse realmente de un mal para el conjunto de mi vida. Si un cirujano me quita un brazo que está peligrosamente infectado, puedo sentir dolor y tristeza, incluso puedo montar en cólera contra el médico. Pero no tengo que perdonarle nada, porque me ha hecho un gran bien: me ha salvado la vida. El perdón sólo tiene sentido, cuando alguien ha recibido un daño objetivo de otro.
El perdonar no consiste, de ninguna manera, en no querer ver este daño, en colorearlo o disimularlo. Muchas personas en situaciones de permanente conflicto, lo único que intentan es eludirlo, buscan a cualquier precio que no se pierda el equilibrio; esta actitud es peligrosa porque puede llevar a una completa ceguera. Quien perdona, no cierra los ojos ante el mal; no niega que existe objetivamente una injusticia. Si lo negara, no tendría nada que perdona. Quien se acostumbra a callarlo todo, pagara un precio muy alto, renunciar a la libertad de ser él mismo. Esconde y sepulta sus frustraciones en lo más profundo de su corazón, detrás de una muralla gruesa, que levanta para protegerse. Y ni siquiera se da cuenta de su falta de autenticidad.
Todo dolor negado retorna por la puerta trasera, permanece largo tiempo como una experiencia traumática y puede ser la causa de heridas perdurables. Al final, muchos se dan cuenta de que tal vez, habría sido mejor, hacer frente directa y conscientemente a la experiencia del dolor. Afrontar un sufrimiento de manera adecuada es la clave para conseguir la paz interior.
Una segunda consideración en el arte de perdonar es, que el acto de perdonar es un asunto libre. Esla única reacción que no nos llevará al ojo por ojo y diente por diente. El odio provoca la violencia, y la violencia justifica el odio. Cuando perdono, pongo fin a este círculo vicioso; impido que la reacción en cadena siga su curso. Entonces libero al otro, que ya no está sujeto al proceso iniciado. Pero, en primer lugar, me libero a mí mismo, ya que una persona resentida se intoxica a si misma. Los resentimientos hacen que las heridas se infecten en nuestro interior y ejerzan su influjo pesado y devastador, creando una especie de malestar y de insatisfacción generales. Un refrán chino dice: «El que busca venganza debe cavar dos fosas.» Las heridas no curadas pueden reducir enormemente nuestra libertad. Pueden dar origen a reacciones desproporcionadas y violentas, que nos sorprendan a nosotros mismos. Hace falta descubrir las llagas para poder limpiarlas y curarlas. Poner orden en el propio interior, puede ser un paso para hacer posible el perdón.
Una tercera consideración es recordar el pasado. Una ley natural dice que el tiempo cura algunas llagas, no las cierra, pero las puede dejar en el pasado. La memoria puede ser un cultivo de frustraciones. La capacidad de desatarse y de olvidar, por tanto, es importante para el ser humano, pero no tiene nada que ver con la actitud de perdonar. Ésta no consiste simplemente en «borrón y cuenta nueva». Exige recuperar la verdad de la ofensa y de la justicia, que muchas veces pretende camuflarse o distorsionarse. El mal hecho debe ser reconocido y, en lo posible, reparado. Una memoria sana puede convertirse en maestra de vida. Si vivo en paz con mi pasado, puedo aprender mucho de los acontecimientos que he vivido. Recuerdo las injusticias pasadas para que no se repitan, y las recuerdo como perdonadas.
Un cuarto elemento es el poder renunciar a la venganza y al odio; si el perdón expresa nuestra libertad, también es posible negar al otro este don. Existen, por otro lado, personas que no se sienten nunca heridas. No es que no quieran ver el mal y repriman el dolor, sino todo lo contrario: perciben las injusticias objetivamente, con suma claridad, pero no dejan que ellas les molesten. El problema consiste en que, en este caso, no hay ninguna relación interpersonal. No se quiere sufrir y, por tanto, se renuncia al amor. Una persona que ama, siempre se hace pequeña y vulnerable. Se encuentra cerca a los demás. Es más humano amar y sufrir mucho a lo largo de la vida, que adoptar una actitud distante y superior a los otros. Cuando a alguien nunca le duele la actuación de otro, es superfluo el perdón. Falta la ofensa, y falta el ofendido.
Una última consideración es mirar al agresor en su dignidad personal. Todo ser humano es más grande que su culpa. Cada persona está por encima de sus peores errores. El perdón del que hablamos aquí no consiste en saldar un castigo, sino que es, ante todo, una actitud interior. Significa vivir en paz con los recuerdos y no perder el aprecio a ninguna persona. Nadie está totalmente corrompido; en cada uno brilla una luz. Al perdonar, decimos a alguien: «No, tú no eres así. ¡Sé quién eres! En realidad, eres mucho mejor.» Queremos todo el bien posible para el otro, su pleno desarrollo, su dicha profunda, y nos esforzamos por quererlo desde el fondo del corazón, con gran sinceridad.
Padre Pacho
Como siempre padre Pacho sus escritos son muy regenerativos y constructivos para ésta desecha,naturaleza humana.