En momentos en los que la vida nos enfrenta a situaciones relacionadas con la salud, experimentamos la necesidad de reflexionar sobre el valor de la misma, paradójicamente, es un tema que dejamos abandonado en la lista de prioridades, por múltiples circunstancias: No es delicado, ya pasará; no tengo tiempo; tomaré un analgésico y en últimas, iré a la farmacia. Son apenas algunas de las excusas que tenemos a flor de piel cuando adolecemos de algo.
Se aguzan los sentidos cuando pasado el tiempo y eso, que consideramos irrelevante, requiere de la atención médica. Lo realmente preocupante es definir el grado de inconsciencia cuando estamos jugando con algo preciado como la salud.
Para comprenderlo mejor, basta con encontrarnos en una sala de espera donde a un paciente le realizarán un procedimiento quirúrgico; ahí entendemos lo valiosa que es la salud a la que le anteponemos otras responsabilidades, demeritando su valor.
Cuando tenemos el hábito de realizar exámenes periódicos que den cuenta del estado general de nuestro organismo, estamos avanzando hacia el logro de ese valor. Prevenir debería ser la tarea a realizar y si de propósitos se trata, esta ocuparía el primer lugar dentro del listado cuando finalizando y al comenzar un nuevo año, hacemos el listado de los mismos. Evitaríamos encontrarnos en situaciones lamentables.
Las escenas más agobiantes para cualquier ser humano, son las que se ven dibujadas en ese cuadro llamado sala de espera, allí el paciente entra siendo uno y minutos más tarde, sufre una transformación. Son diversos matices, así sea consciente de lo que le espera, de los riesgos a los que se expone, pero su rostro tiene una expresión de esperanza. Aún posee lo que protege su cuerpo diariamente, su ropaje, le pertenece.
En ese lugar se despoja de lo que cubre su cuerpo para recibir material quirúrgico y crear esa barra protectora: un traje (bata, gorro, calzas), porque en el fondo de esa sala preoperatoria, se pierde la humanidad, es decir, está en manos del personal médico, no preocupa el traje que se lleve puesto y el valor de lo que posea, ahí la fragilidad del ser humano se muestra sin clemencia, se pierde la vergüenza. La bata no cubre, está abierta en su totalidad, solo una pequeña cuerda atada al cuello es el traje para ese tiempo de espera que, en algunas ocasiones parece interminable, no se puede calcular. En esa circunstancia no queda más que olvidarse de uno y reconocer debilidad.
Pero, ahí no termina la reflexión, una vez se llega a otro escenario, al quirófano… ”La exposición corporal puede percibirse como una violación de la intimidad personal, como la incomodidad física y emocional”, puesto que el equipo médico, (practicantes, auxiliares, anestesiólogo, cirujano), disponen y exponen al paciente, sin que se pueda emitir un sólo juicio. Estoy ahí y necesito recuperar lo que no he cuidado, mi salud. Gran paradoja.
En esa carrera tan precipitada que llevamos por alcanzarlo todo, hemos logrado, pero… perdido. Se adquieren cosas materiales a alto costo, porque para ello se requiere de mucho trabajo, mucho esfuerzo que brinde esa posibilidad, pero perdemos el sentido real de la vida sacrificando momentos en familia, con uno mismo, con la naturaleza. Se nos pierde el olor del aire, el sonido de la brisa, contemplar un amanecer, ver el ocaso del día, detenernos un poco y caminar más lento, lo exige el corazón, el cuerpo revela lo que no queremos identificar en esa carrera.
Y cuando manifiesto que hemos perdido, no quiero desconocer el hecho de pensar en una vejez digna, sin afugias económicas, pero sin que, por ello, me pierda de momentos que se deben vivir ya que no sabemos si regresen. Es maravilloso subir la escarpada, pero, es más valiosa la forma en que la realicemos.
Para todo hay tiempo, incluso se goza de bienestar cuando escuchamos la llamada de un pariente muy cercano, un hijo, un nieto, una hermana, papá, mamá. Disfrutar de espacios con amigos, una buena tertulia, contar nuestras cuitas, recibir una voz de aliento, disfrutar de un parque, un helado, “momentos energizantes que no cuestan, pero… valen mucho”.
La salud a todo nivel es responsabilidad en principio, mía, está en nuestras manos cuidarla. La otra parte le corresponde al Sistema de Salud. Cuidar la vida es el gran compromiso de todos, por ello hay que tener claro lo fugaz que es y empezar a priorizar, empezar por ubicarla en primer lugar, velar por un buen estado de salud.
Es el momento de actuar por nosotros y para nosotros, al fin y al cabo, la vida es un regalo y es mi deber cuidarla.
Amiga Luz Marina. Buenos días.
He leído esta tu nota, y qué verdades las que trata en este texto amiga mía, pues es muy humano postergar dolores (señales del cuerpo), recuerdos buenos y malos, felicidades instantáneas, y hasta prioridades, no sin consecuencias tristes. Cosas que nos lleva a pensar el para qué corremos tanto, y también, si estamos usando el tiempo con sabiduría, pues como dice el libro de Eclesiastés 3:1: «Para todo hay tiempo debajo de la tierra». Una frase tuya de esa columna me gustó mucho, pues es una perla para recordar y repetir: «Es maravilloso subir la escarpada, pero, es más valiosa la forma en que la realicemos». Saludos y gracias por darnos tanto por medio de tus letras.
Abrazos.