Miscelánea
Tengo un ranking de lectores fieles y con franqueza les cuento que no pasa de una docena; decirles que tengo «cientos de miles» de lectores, como vi que hizo hace poco un editorialista local me parece por lo menos anecdótico, porque cientos de miles de lectores ya no tienen ni los columnistas ni los medios más posicionados de este país.
Hay que señalar que el 99% de los columnistas, ejercemos gratis, literalmente por amor al arte, y algunos, con el atardecer en la espalda, lo hacemos como una práctica intelectual, privilegio en el que tengo que agradecer a ElOpinadero.com.co y a Luis Fernando Cardona por dejarme participar de este proyecto, con mis inquietudes y mis aportes semanales, con los que aspiro a prestar algún servicio social.
Aterrizo en esta elucubración, porque, con todo el aprecio que tienen de mi parte los medios escritos, la prensa en su versión física y aun los medios digitales, entre ellos El Opinadero, la realidad es que cada vez es más complicado lograr la penetración de los contenidos escritos, especialmente cuando sobrepasan un párrafo.
Yo clasifico los contenidos en dos grandes grupos. El primero de ellos, las noticias, para las cuales existe todo un universo de alternativas, empezando por las redes sociales y las comunicaciones instantáneas.
Sin duda, que existen fuentes mejores y más calificadas, pero hay motivos que llevan a que la gente se incline por las redes, entre ellos, que las redes son gratis, en tanto que los medios tradicionales, que se dicen más serios y más confiables, cobran por poder leerlos, tienen que hacerlo, qué tal que no, pero al mismo tiempo, y aquí está la contradicción, esos mismos medios históricos y más reconocidos, han venido cayendo en la tentación del sensacionalismo y el estímulo del morbo, en la lucha por los clics que les muevan la registradora, convirtiéndose así en una red más.
Es una pena y es un fastidio que luego de leer un artículo en esos medios tradicionales, le tiren a uno titulares como: «te impresionaría ver donde vive hoy Antonio Banderas» o «no creerás el estado en que quedó esta actriz luego de su cirugía plástica«, cuando no, son los avisos sobre lotes de carros lujosos o la disponibilidad de mujeres solteras en Pereira, o en Medellín o en cualquier parte.
El segundo grupo de contenidos está compuesto por el resto de las cosas valiosas y no tan valiosas que corren por las redes y dentro de las cuales definitivamente los artículos especializados y las columnas de opinión no son los preferidos, lamentablemente. La gente está más preocupada por manifestarse o por reaccionar frente a un determinado tema del momento, que por escuchar o informarse de manera correcta sobre el mismo, por ejemplo, conociendo la posición sesuda de un experto o de un científico.
Vivimos en la vorágine de la información, donde todos son expertos y todos quieren volverse famosos con un video o con un meme en YouTube, Facebook o el Instagram.
El mundo ha cambiado y ha mejorado con los avances tecnológicos, aunque en materia de comunicaciones nos hayamos convertido en una torre de Babel y en un océano rojo de verdades y de mentiras.
Los individuos ya no quieren informarse, porque sienten que no lo necesitan, porque no quieren pensar o perciben que es inútil, porque las ideologías inducidas por la sobreexposición a las pantallas y la publicidad están estrangulando la capacidad de reflexión, porque es suficiente con ocupar un lugar en uno de los extremos de la polarización, porque se extinguieron el beneficio de la duda y la ponderación.
Leer, como un ejercicio de profundidad, ya es cada vez menos común, pero ¿Para qué leer, para qué pensar y para qué imaginar?, cuando lo único que queremos es ver, solo ver, y quedarnos con nuestra propia verdad o en la comodidad de la superficie.