“En un país que envejece y se fragmenta emocionalmente, la soledad ya no es una elección romántica, sino una emergencia silenciosa que reclama políticas, empatía y acción colectiva”.
“Solo en medio de la multitud”. Así tituló el caricaturista Pepón una de sus obras más recordadas, y sin proponérselo, describió el drama de miles de colombianos que se pierden, día tras día, entre el ruido urbano y el silencio interior.
La soledad, que alguna vez fue tema de poetas o refugio de almas sensibles, se ha convertido en una sombra que recorre nuestras calles, golpea las puertas cerradas y se instala en los rincones donde nadie pregunta por nadie.
Miles de adultos mayores viven hoy en piezas de inquilinato o pequeños apartamentos, solos o lejos de sus familias, sin redes de apoyo y sin que nadie toque a su puerta.
Algunos mueren sin que nadie lo note, y solo cuando el olor de la muerte se filtra por las paredes o cuando hay que forzar la puerta, se confirma lo que ya era sospecha, esa persona llevaba varios días ausente de este mundo.
Paradójicamente estamos viviendo más años que nunca. La calidad de vida, los avances en salud y servicios básicos, han prolongado la esperanza de vida, pero también la duración del aislamiento, de la soledad.
A la par, la natalidad cae, los matrimonios se disuelven, las parejas aplazan la maternidad y cada vez más jóvenes eligen vivir solos, muchas veces sin las herramientas necesarias para sostener esa elección.
Nos jactamos de estar hiperconectados, pero la tecnología, en lugar de acercarnos, ha profundizado la distancia emocional. Sabemos lo que ocurre en cualquier rincón del planeta, pero ignoramos lo que sucede tras la pared del vecino.
Pero no toda soledad es negativa, porque hay una soledad que se elige que nutre, que permite el silencio, el descanso y la introspección.
Existe la otra soledad, la impuesta, la que no se desea, que hiere, aquella que surge del abandono, del desarraigo y de la indiferencia social. Esa soledad es una forma de sufrimiento que no debería considerarse un asunto privado, porque sus consecuencias son colectivas.
Estudios internacionales la reconocen ya como un problema de salud pública, la asocian con depresión, ansiedad, deterioro cognitivo y un aumento del riesgo de muerte prematura.
La ciencia confirma que la soledad prolongada, puede ser tan nociva como fumar o llevar una vida sedentaria.
El Estado colombiano tiene la obligación de garantizar la dignidad humana, principio consagrado en la Constitución, pero cumplirlo implica más que subsidios o programas asistenciales, exige construir una política pública integral para atender y prevenir la soledad, especialmente en la vejez.
No se trata solo de acompañar cuando la tragedia ocurre, sino de crear condiciones para que nadie quede fuera del tejido social.
Este problema interesa a todos, a las familias, que deben reconectarse con sus mayores, a las comunidades, que deben volver a mirarse con empatía y a las instituciones, que deben dejar de actuar como si la soledad fuera invisible, porque cada vida olvidada es un fracaso colectivo.
Las siguientes son algunas propuestas para construir una red de vida y dignidad.
Elaborar un registro nacional voluntario de acompañamiento a través de una plataforma para que las personas que viven solas reciban seguimiento, visitas y atención periódica.
Construir redes comunitarias de cuidado conformadas por vecinos capacitados e incentivados para identificar y acompañar a personas solas.
Atención interinstitucional mediante la articulación entre salud, cultura, bienestar familiar y gobiernos locales.
Diseño de una campaña nacional bajo el lema “Nadie debe morir solo”, para que se constituya en una iniciativa de sensibilización que promueva la solidaridad y visibilice la soledad como fenómeno social.
Construcción de Centros de encuentro y comunidad, que serían espacios donde las personas mayores y solas encuentren compañía, propósito y participación activa.
La soledad es el espejo de una sociedad, que se ha vuelto sorda ante el dolor ajeno.
No podemos seguir caminando de largo frente a las personas solas que se apagan lentamente en medio del ruido del progreso.
No basta entonces con vivir más años; hay que vivirlos con compañía, con sentido, con respeto.
Porque nadie debería morir solo.
Porque vivir solo no debe equivaler a ser invisible.
Porque la verdadera medida del progreso de una nación no está en su PIB ni en sus cifras de crecimiento, sino en la ternura con la que cuida a sus ciudadanos.



Muy oportuna reflexión y bien planteada, Javier. Válidas las diferentes aristas del caso. Solo agregaría que en lo positivo que puede tener la soledad, es válido que aprendamos a valorar nuestra propia compañía, así como la buena introspección.
Excelente artículo Javier, las propuestas de socialización a través de grupos de encuentro son primordiales, en este país impera la insensibilidad y la indiferencia; aún más en este aspecto, pues la soledad está perneando todas las edades y todas las clases sociales. El Estado pero mucho más, los empresarios como parte de su servicio social, deberían aunar esfuerzos para construir espacios de tertulia, de manualidades o de alguna actividad que también convoque a la gente sola a ser productiva en algún área de su interés
Paciencia con nuestros mayores y nosotros que vamos llegando desprendernos de nuestro ego para empezar a ponernos ese traje pesado que nos llega con los años
Muy buen articulo
Don Javier muy buen pensamiento, esperemos que la vida cada dia sea mas amable .
Leyendo esta columna mw surge una pregunta: ¿Qué hizo esa persona que está sola, para estar «abandonada» en su etapa final de su vida? Una vez leí una frase que me hace reflexionar cada vez que la pienso: «hoy es el mañana que construiste ayer». Buena invitacion para que el Estado se haga cargo de estas personas solas que tal vez no fueron capaces de construir vínculos afectivos, se sembrar con amor un buen tejido social, de conservar a su familia y amigos. ¿Cómo queremos vivi4 nuestra vejez? Tal vez muchos estemos a tiempo de mejorar nuestro futuro. Excelente columna. Gracias.