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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

Actualidad¿Una bestia eterna?

¿Una bestia eterna?

¿Que se podría decir de la fuerte crítica que Mijaíl Bakunin, el padre del anarquismo, hiciera al relato bíblico, cuando se afirma que: “Dios prohibió a Adán y a Eva comer los frutos del árbol de la ciencia, porque quería que el ser humano se privara de toda conciencia de sí mismo, para que fuera una bestia eterna, en cuatro patas ante el dios viviente, ¿su creador y su amo”?   

Como primero debemos partir aclarando que el texto bíblico, es un recurso literario de los sabios de la corte salomónica, para explicar dónde nace esa tendencia del ser humano para acoger el mal. Y la conclusión es clara desde el principio el hombre pecó. El Hagiógrafo sagrado, nos permite hacer un primer acercamiento a la realidad del mal en el mundo, presentándonos la ruptura que el hombre tiene con su Dios, al rechazar el paraíso como ese estado de vida que crea una cercanía con su Creador.

El libro del Génesis relata la creación del hombre por Dios: “El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín del Edén para que lo guardara y lo cultivara”. Con un lenguaje cargado de simbolismo, la Sagrada Escritura expresa de este modo una convicción profunda de la fe: el mundo y el hombre no son el resultado de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar.

En el jardín de Dios con los hombres había dos árboles especiales: “el árbol de la vida en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y del mal”. El hombre podía comer de todos los árboles del jardín, “pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comas; porque el día en que comas de él, tendrás que morir”. La interpretación del significado de los árboles del paraíso ha fascinado a los estudiosos de la Biblia y a los pensadores de todos los tiempos: ¿Cuál es el secreto de estos árboles? ¿Por qué uno de ellos, el árbol del conocimiento, resulta prohibido?

El árbol de la vida es el árbol de la verdad, del amor, del misterio de Dios. La sobreabundancia de la vida divina está simbolizada en ese árbol, situado en la mitad del jardín. Dios es la vida del hombre. Pero otro árbol estaba plantado en el jardín: el árbol del conocimiento del bien y del mal, cuyo fruto el hombre no podía comer sin morir. Hay una relación interna entre los dos árboles: para que el hombre pueda comer el fruto del árbol de la vida, no debe tocar el fruto del árbol de la ciencia. La realidad del hombre se despliega entre estos dos árboles; en la tensión entre comer el fruto de la plenitud y de la vida o probar el fruto que lleva a la muerte.

El árbol del conocimiento es un límite. Si el hombre quiere vivir en el jardín de Dios, ha de aceptar su condición de hombre. El hombre no es Dios: no es el Creador, sino una criatura; una criatura amada por sí misma, ensalzada sobre las demás criaturas, puesto en el jardín como lugarteniente de Dios para guardarlo y cultivarlo. Si el hombre acepta que sólo Dios es Dios, tendrá la vida en plenitud. Si el hombre quiere ser dios en lugar de Dios encontrará la muerte. Esa es la consecuencia de comer del fruto prohibido: yendo más allá del límite de su propio ser, el hombre no encuentra la dicha, sino la muerte.

La tentación de Adán y Eva, y la tentación de cada hombre en todas las épocas de la historia, es la de traspasar el límite, celoso de Dios. Pero este ir más allá del límite equivale a contradecirse a uno mismo, a negar el propio ser. el verdadero árbol de la ciencia: se alza en las encrucijadas de la historia como un límite infranqueable que nos recuerda que la alegría y la salvación brotan no de la negación, sino del reconocimiento de Dios. Nunca el hombre es más plenamente hombre, nunca es más libre ni más sabio, que cuando adora en obediencia a su Señor.

Dios en ningún momento, era temeroso de que el hombre tomara conciencia de sí mismo, ni su deseo era convertirlo en una bestia eterna, le hizo libre y siéndolo, podría desde su libre albedrió, comer del árbol de la vida, que le permite hacerse eterno.

Padre Pacho

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