Hace varias décadas que los risaraldenses entendimos que el turismo era nuestra tabla de salvación, la gallina de los huevos de oro que nos ayudaría a soportar el declive de la industria del café. Los dirigentes políticos, los gobernantes, los gremios y los ciudadanos en general iniciamos la tarea titánica de cambiar el rumbo de nuestra economía. Conscientes de nuestras fortalezas paisajísticas y ambientales nos propusimos visibilizar esas potencialidades ante el mundo. Cobraron entonces un valor especial nuestra ubicación geográfica en la mitad del triángulo de oro conformado por Bogotá, Medellín y Cali, el inigualable paisaje cafetero con todos sus componentes sociales, económicos y culturales, el clima, nuestra amabilidad y muchos otros factores característicos de nuestra particular idiosincrasia. El departamento del Quindío lideró esa gesta con ímpetu arrollador. Todas las políticas económicas y los esfuerzos regionales se orientaron a conseguir que esa región se convirtiera en uno de los primeros polos de atracción turística del país y lo lograron. Los risaraldenses nos subimos tímidamente en ese bus y nos dejamos arrastrar de su extraordinario empuje.
Al cabo de los años logramos algún posicionamiento importante en el concierto nacional pero muy lejano del obtenido por los quindianos. Nuestros dirigentes fueron flojos y cobardes frente al reto, como lo han venido siendo desde hace varios años con nuestras principales necesidades y con nuestro desarrollo. Muy pocos proyectos turísticos han nacido desde entonces y nuestras fortalezas se han tornado en debilidades. ¿De qué nos sirve estar en el corazón verde de Colombia si carecemos de vías adecuadas y soportamos una deteriorada movilidad expresada en impresionantes trancones vehiculares?
Claro que hay cosas importantes para resaltar como son el empuje de los santarrosanos, la modernización del aeropuerto Matecaña, la formidable tarea de Comfamiliar, los proyectos turísticos del anterior gobernador (no voté por él) y el Megacable. Gracias a ellas el turismo se destaca como un renglón vital de nuestra economía.
Pero la gallina está enferma. No hay nuevos proyectos. No se mira al sector con determinación y no aparecen en los presupuestos recursos que permitan pensar que los dirigentes creen en él.
Tenemos que tomar conciencia del poderoso papel que el turismo puede jugar en nuestro futuro, pensar en grande y cuidar lo que ya tenemos. Circunstancias como la vivida el pasado fin de semana en el parque Consotá no deben repetirse. A las 10 am del lunes festivo más de 400 personas hacían una enorme fila de dos cuadras para ingresar. Un sol radiante, inusual en esta época, las calcinaba y solo algunos precavidos se guarnecían con sombrillas e improvisadas «cachuchas». Muchos eran niños, mamás con maletas, «viejitos» y «viejitas» que venían de otros municipios transportados en buses que esperaban aparcados afuera. Repentinamente se anunció por los altoparlantes que habría demoras en el acceso debido a fallas con el internet. Al cabo de varios minutos se advirtió que el problema era grave y se le propuso a la gente que buscara otros sitios recreativos cercanos, algún río, otro paseo. La gente no se movió. Venían para Consotá y no sabían dónde ir. Ante esta situación y para desestimular a los tercos visitantes se anunció que los toboganes, el río lento y la piscina con olas estaban fuera de servicio y que no se cobraría parqueadero a quienes se retiraran. Todo un fiasco que por fin logró su cometido. La gente empezó a renunciar y a devolverse con una gran frustración y con la rabia de haber perdido el día y el dinero. ¿No hay un plan de contingencia para estos problemas? Absurdo. Hay que cuidar la gallina de los huevos de oro.
Creo que Risaralda ha tenido diversas fuentes de desarrollo, para el Quindío llegó a ser la única,mucho por discutir, analizar y concluir.
Duele, que se presenten ese tipo de situaciones; que lo único que hacen es mandar mensajes de debilidad institucional, que mucho daño le hace al devenir turístico del Depto.