Por: @DUBERNEYGALVIS
A mi padre, un campesino, siempre la pareció ilógico que la imagen de Bolívar terminara como un cagadero de palomas, aunque al observar su escultura, no pocas veces dejó de hablar de la grandeza del posadero de tan intrusas aves. Sin conocer de arte reconocía a Bolívar como un gran patriota. Y jamás le escuché hablar de tumbar las esculturas porque en su elemental raciocinio lo considerara un cagadero de palomas como también se lo oí años después al escritor Fernando Vallejo.
Posteriormente, colado en algunas clases de artes en la Universidad Tecnológica de Pereira, supe de una estatua de Simón Bolívar en Sevilla, España, inaugurada por un rey. Su pedestal incluye placas con diferentes significados para la independencia y la corona española. Precisamente este año una asociación de viejos militares españoles pidió sea retirada.
Hasta aquí, el propósito es plantear que los monumentos, por más juicios morales, racionales o estéticos que provoquen, incluso cuando son considerados una masa estática por quienes los refutan como exposiciones artísticas e históricas, son en buena medida una exposición de la memoria, cuyo valor dado por el grupo que la erige, no condiciona necesariamente la aprobación de quienes la contemplen.
Ahora bien, en épocas contemporáneas ha calado entre un pequeño pero vigoroso grupo de personas, la agitada idea de embestir lo que no encaje en sus mentes y espíritus. Acontecimiento contradictorio porque también son reclamantes de la apertura hacia las ideas y libertades sociales, pero terminan angostándose en sus actuaciones.
Acuden por lo menos a dos sentencias: querer decretar la historia a partir del pasajero momento de nuestra existencia, omitiendo que si bien la historia pasada puede ser juzgada en el presente, esto no elimina lo sucedido en tiempos pretéritos. Y otra más áspera, ejecutar el deseo impedido por no haber vivido en el pasado para actuar contra quien en épocas presentes personifica el sentenciado monumento.
Hay inquina en las consignas de los grupos que derriban monumentos y gozan hoy de un llamativo empuje desde algunas aulas universitarias. Mientras unos tumban cuerpos y cabezas, otros celebran, como representando aquellos tiempos de Robespierre en que las ejecuciones públicas atraían multitudes y vendían puestos para observarlas. Cabe aclarar, las congregaciones “modernas” tienen lugar en las redes sociales con expresiones que son monetizadas.
En este orden, le correspondió turno a Francisco de Paula Santander, un prócer de la independencia y fundador de la educación pública y laica en Colombia, cuyo rol abordaremos en una segunda entrega. Cómo preámbulo, en efecto “Santander no es como lo pintan” o despintan, tanto, que el reciente derribo de su estatua en tierras nombradas en honor al sabio Francisco José de Caldas, ha revivido la discusión sobre su importancia histórica.
Pareciera que volvemos a las épocas de los iconoclastas tal vez por falta de suficiente información… Santander,con todas sus posibles fallas , dejó sentadas unas bases para construir una sociedad basada en la ley y no en el capricho subjetivo del gobernante de turno,o en sus exclusivos intereses personales.
Excelente columna ,totalmente de acuerdo de ahi la importancia de leer la historia y analizar lo bueno y lo malo. Mas q tumbar una estatua ,leer,investigar.