Por JORGE H. BOTERO
La defensa de la democracia representativa es indispensable; igualmente la creación de espacios innovadores para la participación directa de los ciudadanos
El ideal de la democracia representativa consiste en que, luego de amplios debates, los ciudadanos vayan periódicamente a las urnas para elegir sus gobernantes. En cualquiera de sus vertientes el paradigma democrático implica requisitos muy exigentes: igualdad en la competencia electoral, partidos políticos fuertes, transparencia en el uso de los recursos públicos, respeto a los derechos humanos, amplia libertad de prensa y un firme consenso de respeto a las reglas de juego. En el mundo real, la democracia adolece de falencias más o menos graves. Por eso es imperativo no cejar en el afán de mejorarla, entre otras por una poderosa razón: es el único sistema político que hace posible la negociación y la búsqueda de acuerdos. En contraste, las modalidades convencionales de democracia directa suelen profundizar los antagonismos. Lo demuestra el Brexit en el Reino Unido, y el plebiscito sobre el acuerdo con las Farc entre nosotros.
A pesar de sus incuestionables virtudes, la democracia representativa viene perdiendo respaldo popular. Según el Pew Research Centre el 69% de los británicos esta insatisfecho con la forma en que su país es gobernado, lo mismo piensa el 59% de los estadounidenses. Los datos de Latinobarametro para 2018 son igualmente alarmantes: solo el 48% de los ciudadanos de la región considera que la democracia es el mejor sistema de gobierno. La Encuesta Mundial de Valores difundida en abril registra que apenas el 5% de los colombianos confía en el Congreso y los partidos políticos. Esta decadencia es consistente con la proliferación de paros, protestas, movilizaciones y mingas que, con frecuencia, implican un rechazo a las instituciones, al margen de que sus promotores tengan o no razón.
La Carta del 91 dispuso una plétora de mecanismos de participación. El primero de ellos impone al Estado el deber de “facilitar la participación de todos en las decisiones que los afectan”; el cual, si se le toma en sentido literal, haría imposible la tarea de gobernar: el consenso absoluto de los gobernados es tanto una utopía como una regla contraria a la democracia, que se basa en el derecho de las mayorías a imponer, siempre que respeten los derechos de las minorías, las opciones que consideran mejores.
En esa ocasión también se introdujeron el plebiscito y el referendo constitucional. Ambos postulan la participación de los ciudadanos en comicios públicos, pero difieren en sus propósitos: aquel sirve para auscultar el sentimiento popular respecto de una política que el gobierno pretende adelantar, sin que el veredicto de las urnas sea obligatorio; por el contrario, el referendo, si es aprobado, comporta una reforma de la Constitución. Recordemos que Santos fracasó en el 2016 con su plebiscito en torno al acuerdo con las Farc; lo mismo Uribe en el 2003 con su referendo “Contra la corrupción y la politiquería”.
El Expresidente Uribe ha lanzado un referendo anclado en una propuesta explosiva: la derogatoria de la Jurisdicción Especial de Paz; no sorprende que ya se hable de otro referendo auspiciado por sectores de oposición. Quizás se trata de jugadas para la tribuna: la convocatoria al pueblo requiere del voto favorable de la mayoría de los integrantes de ambas 2 cámaras, resultado que no es factible en la actualidad, a menos que hubiese un improbable consenso entre tirios y troyanos; los requisitos de umbral (votación mínima) y votos a favor son muy exigentes. Al margen de sus supuestas bondades, las reformas que se quiere implementar por esa vía extraordinaria están al alcance del Congreso. No existe razón jurídica para que este remita al electorado lo que por sí mismo puede hacer; intentarlo claramente haría daño a su precaria legitimidad.
La agenda propia de Duque cedería protagonismo y relevancia ante el gran desgaste institucional que los referendos imponen. Primero, por la búsqueda de las mayorías que se requieren para que el Parlamento autorice la convocatoria del electorado; segundo, por el pulso ante la Corte Constitucional para que confirme la validez de esa ley; tercero, por los debates a que habría lugar si estas etapas culminan con éxito; cuarto, por las muchas tareas que los comicios implican: acopio de los recursos financieros indispensables, quejas de parcialidad, debates interminables, tutelas e impugnaciones de los resultados. En estos ires y venires se llegaría al fin del periodo presidencial. Vaya ironía: ¡acabaría el actual mandatario metido en un hueco semejante a aquel del que casi no logra salir Santos!
Como es indispensable enriquecer la democracia representativa con elementos de democracia directa, y los arriba mencionados no son óptimos, hay que pensar en otros. Uno, que vale la pena explorar, consiste en organizar diálogos estructurados entre distintos sectores de la sociedad que, pese a tener diferencias de criterio, comparten un firme compromiso con los principios y reglas constitucionales. Que sean estructurados significa que son moderados por un tercero imparcial, y que se parte de documentos académicos que despliegan las diferentes opciones de política para cada uno de los asuntos que configuran la agenda. Si bien es deseable que de estos ejercicios surjan acuerdos, bastaría que se adelanten con respeto por las diferentes posiciones. Discutir de manera civilizada tiene valor en sí mismo.
Otra opción atractiva, que se ha utilizado en varios países, es la democracia con participación aleatoria en asambleas ciudadanas. A fin de ponerla en marcha se elige por sorteo un grupo de ciudadanos representativos de la sociedad para que debatan, bajo unas reglas predeterminadas y durante tiempos acotados, un conjunto de tópicos. Para dar un soporte adecuado a sus deliberaciones, se les entregarían estudios que los aborden desde diversas perspectivas. Los resultados se difundirían ampliamente a fin de que sirvan como referentes de la campaña que se nos viene encima.
Briznas poéticas. Horacio Benavides, gran poeta de Colombia. Desde dónde venías boca / desde qué bosque / mariposa encendida / desde qué cielo o tiniebla / el esplendor de tus dientes / (…) Y qué despiadado Dios / te puso en mi camino.
Publicada en Semana y reproducida en El Opinadero, previa autorización del autor.