Pude acaso presentir su vuelo, cuando sus asombrosas obras: “La literatura, el límite y la extrañeza” y “Alegoría del buen escriba”, hacían parte de una columna de libros infaltables en mi mesa de noche. Acaso enredándome en la fantasmidad de su insondable viaje, releí con estupefacción su poema: palabra que sangra
“…Las letras son nudos sin descanso
y la poesía abrazo oscuro,
palabra que sangra, sin acomodo,
deliciosa intuición,
infinito aplazamiento de la muerte”.
Hoy con esta visión del amigo ausente, de hacer parte de esas personas que disfrutaron de su talento riguroso, su inteligencia, su humor, su lúdica, su lucidez, como una llama febril, ardiente, en el apasionante arte de la escritura, en tan disímiles momentos y circunstancias. La Biblioteca Luis Ángel Arango, con su desparramada belleza arquitectónica, sus laberintos encendidos, de sonoras leyendas, para respirar y esculpir el conocimiento. Éramos jóvenes, pero usted además, un maestro con una lista nutrida de aprendices, a quienes en muchos casos puso en el pináculo de elogios y premios. Claro, también los bordes, los muros, los quiebres, las periferias. Una bodega abandonada en Bosa, ese no lugar que hace variar y fluir el sistema, fue suficiente para ejercer su labor como cultor de la escritura creativa, con una muchachada entusiasta, invitado por el “Laboratorio teatral la metáfora”; pues lo mío es el teatro, lo sabe bien, querido Gabriel Arturo, pero la perseverancia y su apoyo indiscutible hicieron posible ese ingreso “del mundo aleydano al mar de la escritura”. Leímos a Lorca, a Emily Dickinson, a Borges; escribimos, nos atrevimos. Cómo no recordar las caminatas literarias por el parque Timiza ¡que arborescente!, hace treinta años, que bien llegaba el rumor del viento, el verdor del lago, y el resplandor de la poesía. Usted tan solícito, “tan humilde, como la hermana agua”,(San Francisco de Asís), es la imagen más cercana a la que recurro para honrar su vida sencilla y generosa, empinado amigo, dilectísimo poeta Gabriel Arturo Castro.
Le escribo esta carta, que no se si leerá, impregnada de un sentimiento de tristeza hondo, precipitado, colocando en el centro de mi dolor esos momentos luminosos donde sus enseñanzas, se destilan como estalactitas en búsqueda del “canto perdido de la piedra”. Guerrero insobornable, jamás cedió usted, a los “mendrugos que lanzan las manos del opresor”, para decirlo a la manera de Doris Lessing. Hombre de letras en el más estricto sentido de la palabra; poeta mordaz, perturbador y alado, navegante de cortezas, fuerzas ocultas y mistéricas.
¿En qué bosque sagrado habita?
¿Qué hoguera abrasará la trama de su nuevo destino?
Aleida Tabares Montes
Querida Aleyda, hoy más que nunca la memoria de los que parten debe estar más viva que nunca, son ellos los que ayudan en el transitar de la vida. Gracias por esas hermosas y dolorosas palabras que abrigan el alma!
Maravilloso texto homenaje a la memoria del amigo cuya huella profunda quedó en el alma no sólo de quién hace la nota sino de todos aquellos que tuvieron la ocasión del compartir hermanados instantes de vida y pensamiento escrito o no.
Leer este artículo dejó en mi la sincera intención de quién lo firma: el no olvido. El recuerdo perenne de aquel que nos ha dejado su legado como herencia imborrable.
Este artículo no sólo es una despedida a un gran poeta y ensayista, es también una disculpa para mostrar Aleyda su exquisita prosa y maestría, para honrar la memoria de uno grande Gabriel Arturo, no ha muerto sigue entre nosotros porque su obra lo inmortaliza. Saludos maestra.
Un fuerte abrazo para quienes despedimos los maestros que nos facilitan el camino engorroso de las letras.
Es un reconocimiento a un gran escritor. Este escrito como una carta dirigida a alguien que está en otro espacio es un bella y clara poesía con dolor, admiración y sobre todo cargada con frases que describen un ser excepcional de la poesía y el ensayo, que invita a releer obligatoriamente. Gracias Aleida de nuevo tu pluma única.