Francisco destacó a nivel mundial por su liderazgo en temas ambientales, integrando la ética ecológica al discurso moral de la Iglesia y del planeta. Su encíclica Laudato Si’ (2015) sobre el cuidado de la “casa común” es quizás el documento papal con mayor impacto fuera del ámbito religioso en tiempos recientes.
En ella, Francisco hizo un llamado urgente a combatir el cambio climático, la contaminación y la pérdida de biodiversidad, vinculando la crisis ambiental con la crisis social: “tanto clamor de la tierra como clamor de los pobres” son inseparables.
Esta encíclica, la primera en la historia centrada plenamente en ecología, resonó más allá de la Iglesia, recibiendo elogios de científicos, ecologistas y líderes internacionales. El entonces secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, la celebró por aportar “la voz moral tan necesaria” al debate ambiental y pensadores laicos la calificaron como “una de las críticas intelectuales más importantes de nuestro tiempo” al modelo de desarrollo vigente.
Laudato Si’ influyó significativamente en la formación de consenso global previo al Acuerdo de París sobre clima (2015), dando un impulso ético a las negociaciones. Tras ese hito, el Papa continuó abogando por la protección del medio ambiente en todos los foros: creó un Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral que incluye justicia ambiental, apoyó movimientos como la COP del clima (llegando a publicar en 2023 la exhortación “Laudate Deum” dirigida a la COP28), y lanzó la plataforma global “Laudato Sí’” para que comunidades implementen acciones sostenibles.
También incorporó la preocupación ecológica al catecismo católico, enseñando que cuidar la creación es un deber cristiano esencial. Gracias a su liderazgo, términos como “ecología integral”, que vincula medio ambiente con equidad social, ganaron prominencia en discusiones éticas internacionales. Muchos jóvenes activistas ambientales, como Greta Thunberg, aplaudieron su postura, y en varios países se organizaron iniciativas interreligiosas inspiradas en Laudato Si’ para reforestar, reducir emisiones o presionar por políticas verdes.
Por supuesto, hubo detractores: figuras escépticas del cambio climático y políticos ligados a la industria fósil desestimaron la autoridad del Papa en estos temas, sugiriendo que “se ocupara de religión y no de ciencia”. Incluso dentro de la Iglesia, pequeñas minorías negacionistas rechazaron el consenso científico que Francisco abrazó.
Sin embargo, esas voces fueron opacadas por el amplio reconocimiento de que Francisco logró elevar la conciencia ecológica de millones, presentando la protección de la naturaleza no solo como una opción política sino como un imperativo moral y espiritual. Este cambio de paradigma, colocar la cuestión ambiental en el centro de la misión religiosa, es uno de los legados más originales y perdurables de su pontificado.
En palabras del propio Francisco, “el cuidado de la creación” se convirtió en un nuevo pilar de la enseñanza católica junto con la defensa de la vida y la dignidad humana, consolidando así una ética global que invita a “escuchar tanto el grito de los pobres como el de la Tierra”.
Padre Pacho