Por JUAN GUILLERMO ÁNGEL MEJÍA
En la calle hay miles de muchachos y encapuchados pero no hay millones de colombianos; en las marchas encontramos desde adolescentes ingenuos hasta veteranos agitadores, desde jóvenes que ni trabajan ni estudian hasta camioneros propietarios, desde maestros y estudiantes hasta indígenas, desde amantes de la paz hasta beligerantes llenos de odio, marchan unos rebeldes sin causa y otros con razones indiscutibles, ellos son miles; al otro lado, los no marchantes, los no combatientes, somos casi cincuenta millones, blanco y víctimas del terror, de los robos, de la escasez, de la violación de sus derechos a ir y venir, a la salud, al trabajo.
En nuestro concepto la oposición de todos los colores y matices ha puesto “toda la carne en el asador”; las circunstancias conocidas: la pandemia que agudizó la crisis para empresas y empleados, para los artistas y los artesanos, para los agricultores y vendedores, para los emprendedores y desempleados, a ellos se suman los millones de venezolanos que salieron en busca de mejores aires, todo ello sin desconocer las crisis endémicas de pobreza y desempleo, de violencia y corrupción, todo esto junto hace lo que los marineros llaman la tormenta perfecta.
Lo que está viviendo: Cali y Popayán y Pasto, y Bogotá y Pereira, y todas aquellas ciudades donde llega la avanzada armada, es un horror de destrucción y de dolor causado y previsible.
Nadie puede creer que la junta autonombrada del paro no sabe que sus convocatorias comenzarán como nutridas, legitimas y a veces coloridas marchas pero que terminarán mal en las ciudades previamente seleccionadas por los que usan las marchas como escudos para: delinquir, quemar, linchar, robar, coartar la libertad de enfermos y alimentos, de medicinas y suministros y lo peor, lo inadmisible: con muchachos heridos y muertos, con policías heridos y muertos, con vandalismo destructor de buses y edificios públicos, ellos, esos presidentes, a quienes nada les falta, deben responder a Colombia por la destrucción y muerte de la que son parte.
Las FARC y el ELN han creado una diplomacia paralela muy eficiente; como dice el ex canciller Julio Londoño: “algunos países con vocación monárquica y ancestro colonial se arrogaron el derecho de constituirse, no solamente en jueces, sino en aliados de los grupos armados, a los que desde la lejanía comenzaron a considerar como si fueran bandas al estilo Robin Hood y Dick Turpin”.
Dice el mismo Londoño: “Colombia, en la visión de esto “jueces”, es gobernado por personajes al estilo Desi Buterse de Surinam o de Bashar al Ásad en Siria”, y agrega “algunos organismos internacionales como la Comisión de los Derechos Humanos de la OEA, desde Washington, emiten declaraciones condenando al estado, mientras que la gran masa de la población colombiana en medio de la angustia, trata de sobrevivir en medio de los bloqueos, el vandalismo y una pandemia ….”
No hay imparcialidad en quienes se dicen protectores de los derechos de los unos sobre los de los otros; es tal la asonancia que conocidos activistas ahora fungen como jueces, actores que han participado en la contienda ahora se declaran poseedores de la verdad y finalmente los rubios se ponen del lado de quienes suplantan el querer de las mayorías, de la democracia que es la única alternativa civilizada a: la dictadura, a la monarquía, al fascismo, a la tiranía; por las bombas, el odio y la violencia.
El millonario que hace colectas para la protección de quienes salen a enfrentar a la fuerza púbica, el mismo que pasea en Miami en su yate mientras en Bogotá el pueblo marcha, califica a Colombia, en el recinto del senado, de “hijueputa país”, ese es un enemigo de la paz que muestra odio por el suelo que pisa y la tierra que lo hizo rico y remata con “malditos policías, cerdos policías”, otra vez destila odio, contra hombres y mujeres, colombianos de verdad; usted juzga por su condición.
*Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad exclusiva de sus autores y no necesariamente representan el pensamiento ni la ideología del director, éste lo hace a través de nuestras notas editoriales.
Es claro que el ciudadano de bien es el que lo educaron con principios y valores humanos no con ideologias del pasado en mora de ser abolidas, es quien sabe que primero es el deber y luego el derecho, es el que practica no hagas a otro lo que no quieres para ti
Seguramente antes del paro, usted señor columnista vivía en la ZUIZA SURAMERICANA.
«Un lugar donde los llamados «CIUDADANOS DE BIEN», son nada más y nada menos que un grupo de personas muy poderoso que se adueñó de Colombia para manejar a su antojo todos los negocios turbios asociados a una narcodictadura. Los que apoyados por la fuerza pública, pueden disparar sin control sobre una población desgastada por el hambre y la miseria en la que la han mantenido durante muchos años, especialmente los últimos tres decenios. Aquí donde practican la teoría de las hormigas, para que el pueblo se mate mientras ellos aprovechan la revuelta para PERPETUARSE en el narcopoder, y poder seguir robándose en la más miserable impunidad LAS ARCAS DEL ESTADO.
Una cosa es rebatir lo escrito y otra despotricar contra la gran mayoría de los Colombianos.
Cada cual es libre de odiar pero ese odio corroe.
Es tristísimo que alguien tan brillante como usted se haya dejado colonizar la cabeza de las fuentes oficiales de información y no lea el estallido social que es el fruto de un devenir que usted conoce bien. Además es tristísimo que sabiendo todo lo que sabe esté incómodo por sus escasos privilegios amenazados.
Aplausos de pié, de los pocos columnistas que dice las cosas tal como son, por favor no deje de escribir 👏🏻
Esperemos que siendo muchos más los ciudadanos de bien, la institucionalidad se restablezca y terminemos con este episodio funesto para todos 🙏