Por GABRIEL ÁNGEL ARDILA
Comprendiendo todo, les damos el derecho a elegir su Paraíso (que en algún lugar estará), la hora y el modo de irse en su búsqueda. Deseando suerte para sus proyectos y propósitos, no queda de otra que otorgar (sin silencios) lo que corresponde a tanto compañero (a) de este viaje, para que se permitan sus propias búsquedas. Con el buen deseo porque logren…
Parados ya en esa delgada línea de «reducir la corrupción a sus justas proporciones» y aceptado que ya algunas de sus fichas lograron lo impensable por aquí, es hora de liberarles, abriendo nuestros márgenes de esa tolerancia que les ha permitido hasta la saciedad expresarse, así fuere como se siente hoy, con tanto insulto y pesadez de los epítetos derivados de sus fracasos: Parciales, temporales y quizá apenas pasajeros.
No han logrado imponer en las instancias que toca la desmesura de tanta aspiración extrema y tildan al país que los ha criado y acogido tan amablemente, como «país de retrógrados», jurásicos y otras perlas ni si quiera considerables. Pero pueden mirar hacia otra parte donde hallen sus sueños particulares, de grupo, empequeñecedores como clanes o guetos de sus propias debilidades en su particular visión del mundo futuro:
Que tengan suerte en su ambición por abortar sin límites, mientras exigen (al tiempo) el derecho a la vida (sic).
Que igual, les vaya bien en su afán por la descriminalización de las sentencias de muerte por razones terapéuticas y otras versiones de eutanasia.
Que les rinda en la persecución de esa justicia laxa y premial para el delito, porque quizá robar poquito o «en las justas proporciones», es justo para alcanzar sus particulares felicidades en la amplitud de sus libertades. ¡Sin moralismos!
Que ojalá abracen el reconocimiento de Claudia y Angélica como sus ideales de liberalidad con derecho a todo (incluidos salarios y derechos económicos sin groseras fronteras por nexos familiares) y ya ungidas en cargos de alto poder, sigan gozando de todos los privilegios otorgados o ambicionables, como derechos exigibles por esas. Todo a su comodidad y medida.
No se impongan límites. Cuando identifiquen, sin afanes, su lugar y su paraíso, permítanse volver cuando deseen. Solo que sería justo para ellas y esos, un placito prudencial de unos 40 a 60 años, en la certeza de que su horizonte de vida, de supervivencia en los tiempos de Post Pandemia, podrían superar los cien o más años para cada individuo. ¡Sin afanes!
Eso, mientras nos dan el derecho a los que quedamos, de seguir en el país que de algún modo construimos y que nos representa en medio de todos los defectos, como una sociedad pro vida, ajustada a las libertades con los límites respetuosos y creyentes en lo que quisimos o nos tocó creer. Y todos tan felices.