Por ALBERTO ZULUAGA TRUJILLO
De las varias organizaciones a las que he pertenecido, guardo singular afecto por una de ellas, la primera de la que hice parte, a la edad de 18 años. Estoy refiriéndome a la Cámara Junior que es una de las mayores organizaciones juveniles en todo el mundo cuyo propósito es el de contribuir al mejoramiento de la comunidad mundial proporcionando a las personas jóvenes su oportunidad de desarrollar la capacidad de liderazgo, la responsabilidad social, el espíritu empresarial y el compañerismo necesario para crear cambios urgentes y positivos. La Cámara Junior existe en más de ocho mil ciudades, a lo largo y ancho de 130 países, con no menos de 300 mil miembros. Transcurridos 57 años de ese entonces acá recuerdo con nitidez su juramento y, practicado al pie de la letra, su hermoso y significativo credo: Nosotros creemos: Que la fe en Dios da sentido y objeto a la vida; que la hermandad de los hombres trasciende la soberanía de las naciones; que la justicia económica puede ser mejor obtenida por hombres libres a través de la libre empresa; que los gobiernos deben ser de leyes más que de hombres; que el gran tesoro de la tierra reside en la personalidad humana; y que servir a la humanidad es la mejor obra de una vida. Si las gentes, sin excepción ninguna observaran estos claros postulados, el mundo sería otro distinto al que hoy vivimos. El anteponer los intereses particulares a todo lo demás, dañando con ello a las personas más queridas y cercanas, solo por conseguir aquello que anhelamos, es el común denominador hoy. El nefasto individualismo que bien se confunde con el egoísmo y hace, por ejemplo, mostrarnos reacios teniendo con qué a dar la ayuda a quienes la necesiten, retrata de cuerpo entero lo que realmente somos. Contrario a lo que muchos creen, el ser humano no es egoísta por naturaleza. Desde hace años, por no decir siglos, el hombre ha sido adoctrinado por la educación, la política, la economía y la religión para ser egoísta en vez de individuos entregados a trabajar colectivamente en beneficio de las comunidades. Según investigaciones recientes se ha podido demostrar que genéticamente el hombre es generoso, justo y cooperativo. Las sociedades y en especial ésta, ha moldeado la naturaleza de las personas construyendo una sociedad sobre la base de la competencia, el acaparamiento y el consumismo haciéndola cada vez más egoísta. El exceso de autoconfianza, al igual que la autoimportancia y excesivo amor propio, los hace pensar que son seres imprescindibles muy por encima de los demás, haciéndolos personas egoístas que solo entienden la vida como un permanente reconocimiento a sí mismos. La autoimportancia es una de las principales fuentes de la agresividad pues dimensionando los propios méritos genera una desmesurada pasión por imponerse. Debido a su comportamiento exagerado, exacerban su ego tornándose vulnerables y susceptibles, actuando en contravía del propio ser. La atípica realidad que estamos viviendo con la pandemia nos ha mostrado hasta dónde podemos llegar. Sin escrúpulo alguno, muchos de quienes ostentan una posición de mando y de respeto se están embolsillando los dineros destinados a socorrer a los más necesitados. Son verdaderas hienas saciando su poder. ¡Cuánta falta hace conocer y practicar el Credo Junior como decálogo de buenas y necesarias acciones!
Alberto Zuluaga Trujillo. alzutru45@hotmail.com