Por LUIS GARCÍA QUIROGA
Fue el sábado pasado cuando por toda la avenida 30 de agosto desde la Villa Olímpica hasta el centro de Pereira a lado y lado de cada esquina fueron estacionados sendos policías, mujeres especialmente.
Al principio creí que había una marcha de protesta y que se les había ocurrido la brillante idea de darles una señal de dulzura, belleza y protección femenina a los rebeldes contestatarios de “primera línea”.
Después imaginé que era una estrategia de cambio y que, en adelante para calmar a la indignada y fogosa muchachada, el arma no sería el choque sino la estética.
Fue grande la decepción cuando llegando a un semáforo en rojo (de los pocos que se salvaron de los vándalos) pregunté a una bella vestida de verde: ¿Por qué hay tanta vigilancia?
-Porque ya viene el ministro- dijo la joven policía.
Sin evitar la carcajada y en broma, exclamé -parece que al ministro le da miedo venir a Pereira- ella correspondió con una sonrisa complaciente y casi sin decir, dijo: parece.
En la plaza de Bolívar tropecé con la cotidianidad del mercado persa donde vendedores, compradores y avivatos tienen en la vía pública el fogón del rebusque cuyo tumulto se extiende más allá del parque La Libertad, claro, sin un solo policía. Todos estaban recibiendo al ministro.
Mi ingenuidad sin remedio me decía que Pereira era una ciudad capital y eje de algo distinto a la majadería de anacrónicas y costosas ceremonias a cargo de los contribuyentes.
Son macondianos e inanes estos séquitos insulsos que teníamos engavetados en nuestra memoria indomable de adultos del siglo XX cuando estos lares eran tratados como pueblitos y sacaban a los niños de las escuelas para hacerle calle de honor al gobernador de Caldas.
En todo caso, el ministro del Interior, Daniel Palacios, quien vino a evaluar las garantías para la protesta pacífica, no debió irse muy contento con el anti discurso del gobernador Tamayo, quien reveló que “desde el 8 de mayo los jóvenes le habían expresado que no eran vándalos y no pretendían negociar nada, pero exigían el derecho a la vida en medio de las protestas”.
Ello coincide con la postura de la Comisión Colombiana de Juristas, órgano consultivo de la ONU: “Los vándalos pueden aparecer con o sin manifestaciones. Lo que debería hacerse es prevenir la acción de los vándalos, no impedir el derecho de protesta. La opción que usted menciona (impedir la protesta) es tanto como decidir esterilizar a la población para conjurar el riesgo de que nazcan delincuentes”.
En fin, la vida es dura, pero tenemos una habilidad tremenda para hacerla más difícil. Todo sería mejor si se escucha a tiempo, si ejercer autoridad no se confunde con autoritarismo y si gobernar se ejerciera con respeto, humildad y criterio de gobernanza; no con posturas arrogantes y fútiles.
Y claro, sin olvidar que las calles de honor son, según Julio Cano Montoya, para los heroicos y nobles hijos que nos dieron fama, nos hicieron grande, nos dan honor. Un gramo de poesía alivia las contrariedades de estos anacronismos.
Siempre habrá tiempo para que estos reyezuelos que gustan de calle de honor, celulares, secretarias y camionetas con escolta pagados del erario paguen! Para eso debería ser la protesta de ahora! Ni una pomposa inauguración de obra pública más! Ni un parásito más de la teta pública. Empecemos por casa y cuestionemos con cuántos vehículos y séquito se mueve el flamante alcalde Maya que de cambio no tiene nada
No me extraña la fina prosa del colega. Pedro Luis a quien acompañen la sencilles al escribir como la profunda y amena ironia. Un abrazo