Todo nos habla de la importancia del color en nuestros ambientes cotidianos. La dificultad estriba en la elección correcta de cada tono y color, en función del espacio y la utilidad requeridos. Por ejemplo, un lugar destinado a comidas cumplirá mejor su función pintándolo de rojo o naranja pues se ha observado que estimulan los jugos gástricos y el apetito. Los tonos pastel, azules y verdes sedan y relajan; serían idóneos para dormitorios o lugares de tranquilidad y reposo. Los amarillos estimulan la actividad mental y quizá sean adecuados para lugares de estudio. Pero la polarización que ejerce un solo tono, sobre todo si es intenso resultará agresiva o desequilibradora a largo plazo. De ahí la necesidad de complementar los tonos de la luz incidente y de la luz reflejada para que, al sumarlos, no den siempre el blanco. El blanco es considerado un color neutro pues contiene o refleja todas las frecuencias cromáticas. Habrá que pensar en el efecto terapéutico: los naranjas los rojos dan vitalidad y estimulan a las personas apáticas o carentes de apetito, al tiempo que ejercen un efecto antivírico y estimulante del sistema inmunológico. Bombillas rojas y telas del mismo color han sido ampliamente usadas por todas las culturas para tratar el sarampión y otras enfermedades víricas. El índigo o los azules relajan a las personas nerviosas y los amarillos son regeneradores celulares y estimulantes mentales. Sin embargo, existe una síntesis sobre las propiedades curativas de colores que nos pueden ser de gran ayuda ante determinados padecimientos: El rojo: antianémico, estimula el hígado, estimulante sensorial, favorece la vejiga y la hemoglobina. El naranja: estimulante respiratorio, antiespasmódico, antirraquítico, carminativo, antiemético y estimulante de la lactancia materna. El amarillo: estimulante motor y digestivo, tónico nervioso, colagogo y antihelmíntico. el limón: estimulante cerebral, laxante, expectorante y remineralizante. El verde desintoxicante, antiséptico, bactericida, favorece la musculatura y estimula la pituitaria. El turquesa: depresor cerebral, estimulante de la piel, tónico en estados agudos. El azul: antitérmico, estimula la vitalidad y calma las irritaciones cutáneas. El índigo: estimulante de la paratiroides, depresor respiratorio, astringente, sedante, analgésico y hemostático: El violeta aumenta los leucocitos, estimula el bazo, calmante general, depresor cardíaco y linfático. El púrpura: estimulante de las venas vasodilatador, hipnótico, analgésico, depresor renal y antipalúdico. El magenta: estimulante cardíaco, diurético y armoniza las emociones. El escarlata: afrodisíaco, estimula los riñones, vasoconstrictor y estimulante arterial. Las respuestas de nuestro organismo a la luz, el color y los diferentes tonos cromáticos van más allá de lo puramente subjetivo. En estudios científicos se observó que personas que permanecía con los ojos vendados en el interior de un recinto en el que se cambiaban los colores de las paredes, variaba la temperatura corporal externa: subía con los tonos cálidos como el rojo, naranja y amarillo y descendía con los colores fríos como el azul, índigo, violeta y verde. La respuesta neuromuscular y la resistencia a la presión de ciertos músculos también ofrece información interesante desde el punto de vista de la incidencia de la luz y el color en las constantes biológicas: una persona a quién se le colocan gafas con cristal verde oscuro pierde hasta el 12% de tensión muscular y un 8% cuando se trata de color marrón. Los seres vivos nos hemos adaptado a unas condiciones de luz y color que abarcan una amplia gama de frecuencias cromáticas e intensidades lumínicas. Cualquier polarización inducirá respuestas específicas que deberán estudiarse en forma individual y personalizada a fin de aprovechar sus posibles efectos benéficos o evitar o trastornos que, por el hecho de ser sutiles, no deben despreciarse.