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Por James Cifuentes Maldonado

Luis García Quiroga puso el dedo en la llaga esta semana, cuando abordó la realidad del uso de las herramientas tecnológicas y las nuevas formas de comunicación; pero no lo hizo en un escenario cualquiera, lo hizo refiriéndose al analfabetismo digital en las instituciones educativas. Con su experiencia de comunicador en la Universidad Libre, Luis nos puso a pensar en que subsisten maestros, muy prestantes y preparados en los temas que imparten, pero que tienen próxima la fecha de vencimiento, porque solo conciben una forma de hacer su trabajo: La magistralidad, y por eso los llamó «educadores dinosaurios» y los responsabilizó de ser los caciques de la «tribu de los poca lucha».

Las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones ya no son tan nuevas; de hecho, muchos jóvenes de la presente generación, algunos por iniciativa propia y no por el estímulo de sus papás o sus profesores, han crecido con ellas en los últimos 20 años y no conocen un mundo sin correos electrónicos, sin cartas en Word, sin hojas de Excel y sin presentaciones en PowerPoint o PDF, mientras que otros hemos envejecido viendo pasar esas facilidades como amenazas y no como oportunidades.

Toda esa resistencia al cambio, a pesar de los avances de la legislación desde 1999, venía siendo pacífica hasta el momento, en todos los contextos, en el laboral, en el educativo, en el judicial, en la gestión de los asuntos del Estado, etc., pero simplemente porque no nos habíamos enfrentado a una circunstancia extrema, en la que nos quedáramos sin opciones, como la suscitada con la pandemia, en la que hemos tenido que parar, encerrarnos y punto.

Ese absurdo status quo está llegando a su fin, porque hoy, a la brava, estamos entendiendo que muchas cosas de la vida productiva pueden hacerse a distancia, incluso con mayor calidad y eficiencia, por la reducción de costos de desplazamiento y las implicaciones ambientales que ello conlleva.

Agradezco a las directivas del Colegio Bethlemitas de Pereira, que nos lanzó, así sin más, a ese desafiante mundo de las clases virtuales, de las plataformas y los repositorios, sin que tuviéramos ni idea de cómo funcionaban, pero con la imperiosa necesidad de hacerlo, por el bien de nuestros hijos. Llevamos varias semanas de angustias, los niños, los papás y los profesores, dándonos contra las paredes, pero comprendiendo que hay formas distintas, y hasta mejores, de enseñar y de aprender.

Por esto, y por mucho más es que, luego del Covid-19, nada debería ser igual.

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